Vol. 2 Núm. 8 (1925)
FRENTE AL MAR. El sol, que ya secaba la yerba, penetraba aún de calor el aire inmóvil. Por la tarde, los tres habían hecho el camino que va del Pireo a la ciudad «en donde a la razón le es grato habitar» .
Marco Emilio juntaba a la orgullosa austeridad de su ascendencia patricia, cierta ligereza y libertad de inteligencia, que trascendía ya de su espíritu desde los años de su educación en las escuelas griegas. Sus antiguos amigos decían que recitaba a Anacreonte con los ademanes de un centurión; en Roma se temía encontrar en el descendiente de los generales de la República, un filósofo que conduciría la administración con vanas sutilezas de pensamiento, y no con la rígida conciencia que impone la obediencia de las leyes.