Vol. 13 Núm. 129 (1936)

El centenario de Gustavo Adolfo Bécquer no tuvo resonancia alguna en el voluble corazón de esta generación chilena. No creemos que tuviera tampoco resonancia de ninguna especie en el corazón igualmente voluble de otras generaciones americanas. La fecha pasó sin ruido, de puntillas, como temerosa de turbar las horas de desenfreno que vive la juventud. Bécquer ha pasado ya al rincón inevitable del olvido. No fué el hombre de hierro, ni el hombre de las conquistas. No anduvo a trastazos con la política. Recibió una herencia de pobreza y debió batallar como pudo contra un ambiente egoísta y feroz. Nacido en pleno esplendor romántico, fué azotado rudamente por la adversidad. Mientras Larra se partía la frente de un pistolazo, Bécquer irrumpía en la poesía castellana con un acento que no ha tenido par Aquél era la sátira amarga, el desdén ácido, todo lo que en el romanticismo fue desesperación y crítica. Y este era el poeta del amor desesperado. El poeta del amor puro, sin mezcla alguna de elementos extraños al lirismo. Con todo, había en esa naturaleza poética todo lo que da al amor la vida en martirio Bécquer sufrió en carne viva las puntadas terribles de los celos, del dolor y de la rabia. Y por eso, pudo decir: «Si rodando mañana, este veneno—Envenena a su vez, ¿por qué acusarme?— ¿Puedo dar más de lo que a mi me dieron?».

Publicado: 1936-03-27

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