Vol. 1 Núm. 4 (1924)

DESPUÉS de haber convivido durante algún tiempo con el espíritu de Guyau, que se desprende de sus obras, me pongo a escribir este ensayo lleno de veneración hacia él. Es una veneración simpática, cariñosa y dulce la que inspira ese filósofo-poeta, alma atormentada y noble, esforzada, infatigable y doliente, que realizó en su corazón la armonía suprema de la ciencia, de la poesía y del amor.

Guyau pertenece por su temperamento a esa escuela llamada por Michelet «humana y sentimental» que principia con Abelardo en el siglo XII y tiene más tarde como representantes a Fenelón y Rousseau.

En la segunda mitad del siglo XIX ( 1854-1888) señala Guyau un momento de la evolución filosófica entre el positivismo de mediados de la centuria y el idealismo trascendental de nuestro época. Se encuentra ligado al positivismo austero y seco de Comte, al positivismo sonriente, amargo y travieso de Renán y a la macicez erudita y seria hermoseada por el arte del pensamiento de Taine. Pero no es tan exclusivamente positivista y es más idealista que ellos. Por esta característica suya debe figurar Guyau como precursor de Bergson, Boutroux, James y Eucken; más su idealismo es ante todo sentimental y humano y no toma las formas metafísicas trascendentales que reviste en las ideas de estos filósofos. Su mente no se siente atraída por los problemas del ser y de la sustancia, del origen de la vida, del sujelo y del objeto, u otros análogos sino que busca todos aquellos tópicos que tengan algo de calor cordial. Parece que Guyau hubiera previsto que sus años iban a ser brevemente contados y dispuesto que su alma fuera en ese corto lapso lo más útil y radiante posible. Así aplica su genio a los asuntos de interés social, como ser el arte, la moral, la educación y la religión.

Publicado: 1924-07-01