GOBIERNO Y ADMINISTRACIÓN PÚBLICA N° 7
(ENERO-JUNIO) (61-69) -2024
ISSN 2375-7074 ON-LINE
DOI: https://doir.org/10.29393/GP7-6DLCS10006
Abriendo
el horizonte: Desde el Liderazgo Público hacia el Liderazgo Social
Carla
Ceballos Sáez[1]
Resumen:
El liderazgo público suele relacionarse son la concepción
más tradicional del “gerente público”.
Sin embargo, y considerando como marco el “valor público”, se requiere
equilibrar la gestión entre eficacia y legitimidad, por lo que en este ensayo
buscamos relevar la importancia de ampliar esta concepción hacia el liderazgo
social, que se basa en la representación de valores comunitarios y se
manifiesta a través de las Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC). Las OSC,
como entidades autónomas y sin fines de lucro, desempeñan un papel fundamental
en la construcción de una sociedad más inclusiva y equitativa, articulando
demandas, movilizando recursos y promoviendo la participación ciudadana. En un
contexto donde la interacción entre el Estado y la sociedad civil es esencial,
se reconoce la necesidad de entender su interrelación para garantizar una
gestión pública efectiva y un desarrollo sostenible. Se concluye que el
liderazgo social representa una evolución necesaria del liderazgo público,
donde la colaboración entre ambos sectores puede generar soluciones innovadoras
y beneficiosas para toda la sociedad, promoviendo así un futuro más prometedor
basado en el compromiso y la solidaridad.
Abstract:
Public
leadership is often associated with the more traditional conception of the
"public manager." However, considering the framework of "public
value," there is a need to balance management between effectiveness and
legitimacy. Therefore, in this essay, we seek to highlight the importance of
expanding this conception towards social leadership, which is based on the
representation of community values and is manifested through Civil Society
Organizations (CSOs). CSOs, as autonomous and non-profit entities, play a
fundamental role in building a more inclusive and equitable society by
articulating demands, mobilizing resources, and promoting citizen
participation. In a context where the interaction between the state and civil
society is essential, there is a recognition of the need to understand their
interrelationship to ensure effective public management and sustainable
development. It is concluded that social leadership represents a necessary
evolution of public leadership, where collaboration between both sectors can
generate innovative and beneficial solutions for society as a
whole, thus promoting a more promising future based on commitment and
solidarity.
I.
Introducción
El liderazgo suele ser definido y
caracterizado por distintas teorías y enfoques, desde las ciencias sociales
hasta la administración. Sin perjuicio de ello, podemos decir que es una
condición humana básica, puesto que, desde el inicio de la articulación de las
personas en pequeñas sociedades, han existido líderes que han guiado a los
demás para que “las cosas funcionen según lo esperado” (Aguirre, Serrano & Sotomayor,
2017:118).
En ese sentido, la estructura y
organización de los grupos, tanto formales como informales, generan roles y
expectativas que van definiendo la acción e identidad de sus miembros. Así,
desde una mirada más dirigida a lo comunitario, surgen individuos e individuas
que encarnan los ideales e intereses del colectivo, convirtiéndose en líderes o
dirigentes, legitimados por el sistema y responsables de guiar y representar a
la comunidad (González,
2006).
A medida que las personas y nuestras
sociedades han ido evolucionando, el liderazgo también se ha ido transformando.
II.
Desarrollo
Liderazgo
Público
Si
acotamos el conjunto del liderazgo al subconjunto “liderazgo público”, debemos
hacer algunas distinciones. Este fenómeno podemos entenderlo como un proceso
que implica la capacidad de influir en grupos y comunidades dentro del ámbito
gubernamental y social, buscando el bien común
(Ayoub, 2010).
Este tipo de liderazgo se caracteriza por su enfoque en la colaboración, la
transparencia y la responsabilidad, así como por la habilidad de generar
confianza y movilizar a los ciudadanos hacia objetivos colectivos. Además, se
relaciona con el desempeño organizacional y la implementación efectiva de
políticas públicas (Chinchay & Chavarry,
2021).
Este
ideal podemos hacerlo carne en el concepto de dirección pública, que busca dirigir,
bajo la orientación estratégica, las estructuras y procesos mediante los cuales
se implementan las políticas públicas y se entregan los servicios públicos (CLAD, 2003 citado en Carranza et al,
2016).
Según Brosnahan
(2001,
citado en Barra, 2022)
se percibe a los líderes en la gestión pública como políticos más que como
ejecutivos, concepción que debiese tender a lo segundo. Al enfrentarse a
cambios, es de suma importancia contar con un conjunto de líderes que colaboren
en un sistema tan grande como la administración pública. Señala, además, que el
Estado debe contar con una masa crítica de líderes en sus principales entidades
que puedan trabajar coordinadamente.
Complementando lo anterior, la alta dirección pública es entendida como
aquellas personas que pertenecen al personal no político más alto en la
administración central del gobierno (Meneses & Guzmán, 2022 citado en
Alfaro, 2015). En otras
palabras, es la conexión entre los gabinetes políticos, por un lado, y la
administración pública por otro. Así también, son responsables de la
implementación adecuada de normas jurídicas y de políticas públicas. Además,
deben dirigir la coherencia, eficiencia y adecuación de las acciones
gubernamentales (OECD, 2008).
En esta concepción, es importante
contextualizar en el término de “valor público” (Moore, 2006), el que hace referencia a atender
eficaz y consistentemente las demandas de la ciudadanía, considerando
necesidades y expectativas de beneficiarios directos y de las y los ciudadanos
que no son usuarios de sus servicios, para los cuales los objetivos que
persigue el Estado deben ser legítimos (Rogers & Guzmán, 2015).
Bajo esta perspectiva, el directivo
público debe poseer tres tipos de competencias (Maillet, 2016):
En palabras del Servicio Civil (Rogers & Guzmán, 2015), el concepto de valor público
busca un equilibrio virtuoso entre la eficacia y la legitimidad. Es decir,
cuando se gestionan las demandas de la ciudadanía de la mano de una actuación
del directivo público eficaz, eficiente, transparente, equitativa y, además
como objetivo instrumental, fortalece las capacidades de la administración
pública, entre otras posibles fuentes de legitimidad. El Servicio suma, además,
que los directivos públicos de hoy se enfrentan a desafíos complejos que
requieren habilidades de gestión adaptativas y una comprensión profunda de las
necesidades y expectativas de la sociedad (Rogers & Guzmán, 2015).
Para la Comisión Económica para
América Latina y el Caribe (CEPAL), el liderazgo supone también, la capacidad
de gestionar recursos humanos y financieros, guiar procesos de planificación
participativa, mantener canales de comunicación fluidos con la Sociedad Civil,
tomar decisiones y demostrar que el fundamento de toda intervención se basa en
criterios éticos (CEPAL, 2015).
En otras palabras, un liderazgo
público requiere un rol preponderante como formulador, gestor y comunicador de
políticas públicas, así como también una visión adaptativa y comprensiva de los
fenómenos y expectativas sociales. En ese sentido, figuras de líderes públicos
que dirigen, pero además escuchan y observan, emergen en el escenario
sociopolítico actual (Pin, 2017).
¿Liderazgo
público o liderazgo social?
La definición planteada es muy
relevante, considerando además que cuenta con el respaldo del Servicio Civil.
Sin embargo, es imperativo ampliar el concepto de liderazgo más allá de la
esfera pública tradicional hacia el liderazgo social, que encuentra su raíz en
la representación de los valores y la identidad del grupo, y se manifiesta a
través de las Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC).
El liderazgo social trasciende las
fronteras del liderazgo público al situarse en un contexto más amplio y
diverso, donde la legitimidad se construye sobre la base de la representación
genuina de los intereses comunitarios y la participación activa de sus miembros
(González,
2006). Esta competencia encuentra su
expresión más palpable en las OSC, entidades autónomas y sin fines de lucro que
emergen como respuesta a las necesidades no abordadas por el Estado o el
Mercado.
Conformadas por ciudadanos y
ciudadanas comprometidas con la resolución de diversos problemas públicos, como
el acceso a la educación, la salud o el trabajo, las OSC no solo constituyen un
pilar fundamental de la participación ciudadana, sino que también desempeñan un
papel crucial en la construcción de una sociedad más inclusiva y equitativa (Irarrázaval & Streeter, 2020).
Conforme a lo planteado por el
extinto Centro de Estudios de la Sociedad Civil de la Universidad John Hopkins (Salomon, 1999) existen cinco grandes
características de una OSC, que a su vez son requisitos para ser catalogada
como tal:
La vinculación que se hace en este
ensayo no es azarosa, dado que el aparato estatal y el tercer sector están
interrelacionados por un vínculo complejo y en constante cambio. En efecto, en
el mundo actual, la interacción entre ambos actores es fundamental, reflejando
un escenario político dinámico donde ambas partes influyen y se relacionan
constantemente. Tal como menciona Ribeiro (2010), esta dinámica demuestra que la
sociedad civil no puede ser comprendida como un ente aislado, sino como parte
integral de la gestión del país. En las democracias actuales, todos los
actores, incluida la sociedad civil organizada, contribuyen a su composición y
funcionamiento, lo que subraya la importancia de entender su interrelación en
el contexto nacional e internacional.
En el contexto chileno, las OSC han
adquirido una relevancia significativa, congregando a cientos de miles de
ciudadanos en torno a causas de interés público (y, si queremos poner en
contexto, generando valor público), con un impacto tangible en diversos ámbitos
sociales. Con más de trescientas mil organizaciones inscritas, las OSC
representan una fuerza colectiva capaz de movilizar recursos humanos y
económicos en pos del bienestar común. Su
contribución al empleo (3.7% de la fuerza laboral del país) y al Producto
Interno Bruto (2.1% PIB) del país es innegable, pero su verdadero valor radica
en su capacidad para dar voz a los sectores más vulnerables y marginados de la
sociedad (Fundación
Lealtad, Comunidad de Organizaciones Solidarias y Fundación PwC, 2020).
Respecto a las tipologías más
frecuentes, las organizaciones comunitarias representan aproximadamente el 80%
del total. Por otro lado, la segunda mayoría contempla a fundaciones y
asociaciones con un 9,4%, posiblemente influido por la simplificación de trámites
para su constitución según la Ley 20.500 sobre Asociaciones y Participación
Ciudadana en la Gestión Pública (ver gráfico 1).
Gráfico 1: Distribución de OSC por
estatus jurídico
Fuente: Elaboración propia basada en
Irarrázaval & Streeter (2020).
En otro orden, sobre las causas
sociales representadas, vemos que las categorías con mayor número de
organizaciones activas son “deporte y recreación,”, así también “vivienda,
barrio y ciudad”, debido a la concentración de organizaciones comunitarias funcionales
y territoriales en estas áreas. También resalta la importancia de la categoría
“trabajo e ingresos”, que representa un 16,3% del total e incluye sindicatos,
agrupaciones gremiales y profesionales, así como organizaciones de apoyo al
emprendimiento y empleabilidad (ver gráfico 2).
Gráfico 2: Organizaciones de la sociedad civil
activas según actividad (2020).
Fuente: Elaboración propia basada en
Irarrázaval & Streeter (2020).
En virtud de lo anterior, los
líderes y lideresas sociales, ya sean profesionales comprometidos con una causa
específica o representantes de comunidades organizadas, desempeñan un papel
elemental como intermediarios entre el Estado, el Mercado y la sociedad civil.
Su capacidad para articular demandas, movilizar recursos y promover la
participación ciudadana les convierte en actores clave en la formulación e
implementación de políticas públicas inclusivas y efectivas.
Los liderazgos comunitarios, debido
a su representatividad, garantizan que la intervención estatal responda
verdaderamente a las demandas de la población, evitando así la imposición de
soluciones ajenas a la realidad local (Moreno, 2008 citado en Rojas, 2013).
Complementariedad
entre liderazgo público y social
Tal como revisamos, el liderazgo
público y el liderazgo social, aunque distintos en sus ámbitos de acción y
fuentes de autoridad, pueden complementarse de manera sinérgica para abordar
los complejos desafíos sociales que enfrenta Chile. Mientras el liderazgo
público se enfoca en dirigir instituciones y políticas gubernamentales, el
liderazgo social se centra en movilizar a la comunidad y la sociedad civil.
Esta diferencia en sus enfoques permite una acción más integral y efectiva
cuando ambos tipos de liderazgo trabajan en conjunto.
La autoridad del liderazgo público,
basada en el poder formal otorgado por el cargo, puede complementarse con la
influencia y credibilidad del liderazgo social dentro de las comunidades. Los
líderes públicos pueden aprovechar la capacidad de movilización de los líderes
sociales, mientras que estos últimos pueden utilizar la autoridad institucional
de los líderes públicos para impulsar cambios estructurales.
Además, los objetivos de ambos tipos
de liderazgo pueden generar un vínculo virtuoso. El liderazgo público se
orienta hacia el cumplimiento de objetivos institucionales y el servicio al
interés público, mientras que el liderazgo social se enfoca en el
empoderamiento comunitario y el logro de cambios sociales deseados. Esta
complementariedad de objetivos puede generar sinergias poderosas para abordar
problemas complejos que requieren tanto de la acción gubernamental como de la
movilización comunitaria.
Esta interacción se visualiza en la
dimensión territorial de los liderazgos públicos (Comisión Económica para América
Latina y el Caribe, 2021),
que da lugar a la tipología de
Hambleton (2014, citado en Morales et al, 2020) que analiza contextos específicos,
con historias y experiencias particulares. A saber:
1. Liderazgos políticos:
Personas escogidas para posiciones de liderazgo por la ciudadanía. En otras
palabras, cargos de elección popular dentro del sistema político tradicional,
tales como alcaldes, concejales, parlamentarios.
2. Liderazgos profesionales/gerenciales:
Funcionarios públicos designados por autoridades para planificar y gestionar
servicios públicos. Acá podemos situar a la Alta Dirección Pública, por
ejemplo.
3. Liderazgos comunitarios:
Personas con responsabilidad cívica que dedican tiempo y energías a actividades
de liderazgo social. En esta dimensión se encuentran representantes de algunas
organizaciones sociales, activistas, emprendedores sociales, voluntariado,
entre otros.
4. Liderazgos
empresariales: Líderes empresariales locales con interés en el desarrollo de la
comunidad que habitan.
5. Liderazgos sindicales:
Dirigencias sindicales que buscan mejorar las condiciones laborales, tanto en
organizaciones públicas, privadas y de voluntariado.
III.
Conclusión
Es importante tener en cuenta que el
liderazgo público también está experimentando transformaciones significativas
en el contexto actual. Conforme a lo revisado en este ensayo, se evidencia una
creciente demanda por parte de la ciudadanía de líderes más transparentes,
éticos y orientados al servicio público.
En este sentido, el liderazgo
público puede y debe aprender del liderazgo social generando un modelo mucho
más amplio de vinculación, especialmente en lo que respecta a la participación
ciudadana y la representación de los intereses comunitarios. La colaboración
entre el sector público y las OSC puede ser una estrategia efectiva para
abordar problemas sociales complejos y promover el desarrollo sostenible. Al
trabajar de manera conjunta, los líderes públicos y sociales pueden aprovechar
al máximo los recursos disponibles, generando soluciones sinérgicas e
innovadoras que beneficien a toda la sociedad.
En esa línea, es fundamental
fortalecer la formación tanto de líderes públicos como de líderes sociales.
Programas como el "Diplomado en Liderazgo para el Sector Público" de
la Universidad Andrés Bello y las iniciativas del "Centro de Liderazgo
Público" de la Universidad de los Andes son pasos importantes en esta
dirección. Además, es crucial promover espacios de diálogo y colaboración entre
líderes públicos y sociales, como los "Encuentros Externos"
organizados por el Sistema de Liderazgo Público en Chile.
La integración de las teorías de
liderazgo colectivo en las políticas públicas chilenas también es un paso
importante. Esto implica reconocer y valorar el papel de las organizaciones
comunitarias y la participación ciudadana en el desarrollo de políticas
públicas, así como promover una visión del liderazgo como un proceso colectivo
y transformador de la realidad social.
Finalmente, la articulación entre el
liderazgo público y social en el diseño e implementación de políticas públicas
puede llevar a soluciones más inclusivas y efectivas. Al fomentar la
colaboración entre instituciones gubernamentales y organizaciones sociales,
Chile puede fortalecer su capacidad para abordar desafíos complejos y promover
un desarrollo más sostenible e inclusivo. Al abrir el horizonte del liderazgo
hacia lo social, nos abrimos a nuevas posibilidades de transformación y
progreso, donde el compromiso y la solidaridad son los pilares de un futuro más
prometedor para todos.
IV.
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[1] Administradora Pública,
Magíster en Política y Gobierno. Investigadora independiente. Directora de
Vinculación e Impacto Fundación Trascender. Correo:carla.ceballos.s@gmail.com.
Código ORCID: https://orcid.org/0000-0003-0152-3324