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Acta literaria

versión On-line ISSN 0717-6848

Acta lit.  no.52 Concepción jul. 2016

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-68482016000100003 

ARTICULOS

 

UN DETECTIVE TRAS LA PISTA DE FEMINICIDIOS. EL LEVE ALIENTO DE LA VERDAD DE RAMÓN DÍAZ ETEROVIC*

A DETECTIVE ON THE CLUE OF FEMICIDE. EL LEVE ALIENTO DE LA VERDAD BY RAMÓN DÍAZ ETEROVIC

 

AINHOA VASQUEZ MEJÍAS
Pontificia Universidad Católica de Chile. Santiago, Chile 
aovasque@uc.cl


Resumen: El leve aliento de la verdad del escritor chileno Ramón Díaz Eterovic se inserta en el neopolicial latinoamericano en su crítica hacia una sociedad corrupta, patriarcal y machista que violenta a las mujeres en el terreno sexual, doméstico, laboral, hasta su culmine en el feminicidio. A esta crítica se suma una denuncia respecto a la existencia de policías corruptos e ineficientes y una aplicación desigual de las leyes en Chile. Sin embargo, esta novela de Díaz Eterovic no puede definirse plenamente bajo el modelo neopolicial -a la vez que se desliga también de sus entregas anteriores- por cuanto el detective logra un castigo penal para los feminicidas que asesinaban prostitutas, triunfando sobre autoridades viciadas.

Palabras clave: Feminicidio, neopolicial, machismo, corrupción.


Abstract: El leve aliento de la verdad, novel by Chilean writer Ramón Díaz Eterovic is inserted in the Latin American neopolicial in his criticism of a corrupt, patriarchal and sexist society, a system that violent women in sexual, domestic, labor field, until culminating in femicide. A criticism adds a complaint regarding the existence of corrupt and inefficient police and unequal application of laws in Chile. However, this novel Díaz Eterovic can not fully defined under the model neopolicial -and it also detaches from his previous novels- because the detective gets a criminal punishment for femicidal who murdered prostitutes, triumphing over corrupt authorities.

Keywords: Femicide, neopolicial, machismo, corruption.


 

La muerte de una mujer hermosa es, sin
duda, el tema más poético del mundo.

Edgar Allan Poe

Introducción

La muerte de mujeres hermosas no sólo ha sido un gran tema para la poesía, como lo indicaba Edgar Allan Poe en su ensayo "Filosofía de la composición", sino también un argumento frecuente en las novelas policiales desde su surgimiento hacia fines de la Ilustración y principios del Romanticismo. No obstante -y a pesar de su recurrencia- la novela policial no surgió con el fin de retratar crímenes en contra del sujeto femenino, sino como una narrativa de exaltación de la racionalidad y el optimismo (propio de la Ilustración) y el interés por desentrañar los misterios de la vida diaria (un sentir común durante el Romanticismo). Este tipo de novela, por tanto, en detrimento del tipo de crimen cometido y la muerte de sus personajes femeninos, se centraba en dos puntos: la razón y la investigación a cargo del detective, por un lado1 y el enigma, por otro. Una realidad que ocultaba un caos y que el detective con su raciocinio y astucia debía reordenar2. A este modelo clásico se le denominó género policial o novela de enigma y sus representantes fueron Edgar Allan Poe, Arthur Conan Doyle y G. K. Chesterton.

Tal como comentan los estudiosos del género Clemens Franken y Magda Sepúlveda en su libro Tinta de sangre, hacia fines del Romanticismo tres elementos se volvieron fundamentales: el delito, la gran ciudad y la presentación inicial de los sucesos como un hecho misterioso. El punto de partida, el delito como tal, importaba sólo como contrapunto para demostrar la heroicidad del detective, un policía o investigador cuya misión era proveer seguridad a los ciudadanos y otorgar la sensación de que la justicia y la ley imperaban con total control sobre la sociedad. El crimen, de esta forma, cumplía la función de desequilibrar el orden y poner en acción al héroe que habitaba en una ciudad enigmática, repleta de malhechores, cuyos móviles no parecían realmente trascendentes en comparación a la inteligencia y astucia del perseguidor3.

La historia del género policial, sin embargo, comenzó a variar según cambiaron los mismos crímenes. Durante el período de la Ley seca en los Estados Unidos, las novelas empezaron a denunciar la corrupción y las injusticias administrativas, así como enfatizaron las motivaciones para los crímenes y, con ello, la personalidad de los delincuentes. Se agregó la acción violenta y se dio importancia a las debilidades humanas como la ambición, el odio, la venganza y el amor. Sus principales cultores fueron Dashiell Hammett, Raymond Chandler y Ross MacDonald y a esta nueva etapa se le denominó novela negra. Un mundo regido por la ley del más fuerte y en el que el dinero determinaba el actuar de los hombres. El género negro tuvo la particularidad de vincular el crimen con la sociedad en la que ocurría, elemento que determinaría posteriormente el surgimiento de este tipo de narraciones en América Latina.

En Hispanoamérica la novela negra dio paso al denominado neopoliciaco, bautizado así por uno de sus máximos exponentes, el mexicano Paco Ignacio Taibo II. Para este escritor, el género nació a partir de ciertas experiencias históricas que llevaron a la necesidad de narrar la contingencia de determinada manera, tal como señala en una entrevista realizada por Eduardo Corrales en Letralia: "Cada país tuvo su historia y todas confluyeron al final: en España el neopoliciaco apareció a partir de la quiebra del franquismo y la necesidad de contar la transición. En México el neopolicia-co surgió después del movimiento del 68 y la necesidad de narrar el país otra vez, de otra manera" (en línea)4. En Chile, el auge se daría también a partir de la relación que se estableció entre política y crimen durante la dictadura militar5. A ello se sumaron otras denuncias como las contradicciones sociales, la violencia, el machismo, la corrupción y la hipocresía: "El género policial latinoamericano tiene un vínculo estrecho con las condiciones sociales y políticas de cada país donde se cultiva. Por ello, estudiar el género policial es hacer una crítica a la violencia, a la justicia y al derecho" (Franken y Sepúlveda, 2009, p. 48).

En este contexto surge Ramón Díaz Eterovic, que se instala en el denominado neopolicial latinoamericano y es reconocido como uno de los grandes escritores chilenos del género6. Su primera novela La ciudad está triste de 1987 inaugura la saga del detective Heredia, a la par que reflexiona sobre la violencia militar durante la dictadura de Pinochet, el ambiente neoliberal y el despotismo, mientras ayuda a una mujer en la búsqueda de uno de sus familiares que figura como detenido desaparecido. Posteriormente publica otras novelas con Heredia como protagonista aventurándose en una nueva crítica social, acorde con los tiempos: la permanencia de la represión bajo la aparente democracia, el conformismo, la corrupción política, la hipocresía, los problemas ambientales, entre otros. En sus propias palabras:

He ido trazando una suerte de cronología de la historia chilena de los últimos veinte años, y que en tal sentido Heredia ha cumplido su rol de testigo de esa historia, de aguijón que ha punzado en algunos temas especialmente sensitivos de la realidad social chilena. En las novelas de Heredia hay un discurso esencialmente moral, ético, relacionado con el accionar de los poderes y la degradación constante de la sociedad en que vivimos7 (2000).

En este recorrido por la historia de crímenes en Chile no resulta extraño que en El leve aliento de la verdad, haya decidido poner en el centro el tema del feminicidio, un problema que cada día cobra más importancia en nuestro país. Su crítica social, su denuncia, incluso se extiende más allá del feminicidio íntimo, al cual también alude, llevando la realidad de la violencia contra las mujeres a todas sus variantes, que van desde la agresión física, a la violación y al asesinato. La denuncia de un país patriarcal alcanza su punto álgido en el asesinato de prostitutas por parte de un asesino serial que Heredia deberá desenmascarar8.

Como habíamos señalado, el asesinato de mujeres es un argumento recurrente en la narrativa policial, sin embargo, en Chile pocos son los escritores que lo han expuesto. El misterio de la estrangulada (1955) de Joaquín Ortega Folch, cuenta el asesinato de la bella joven esposa de un millonario que es encontrada violada y muerta en su mansión. El primer sospechoso es el marido, puesto que trasciende que ella se negaba a tener relaciones sexuales con él, pero el detective a cargo, Ricardo Santander, descubre que el verdadero asesino es el chofer, descrito como un hombre fanático de novelas eróticas. El móvil del crimen no son los celos del esposo y el feminicidio no es de carácter íntimo, sino la locura de un sujeto perturbado por sus lecturas, que padece "estados emocionales de gran intensidad" (Franken y Sepúlveda, 2009, p. 23).

Muerte de una ninfómana (1996 [1980]) de Poli Délano, es una novela ambientada en México, que narra el crimen de una joven estudiante, defensora del amor libre. Los principales sospechosos son su esposo y su amante. Es el detective quien descubre que la muchacha fue asesinada por su amante, celoso de compartirla con otro. No obstante, el marido también perturbado, cree haber sido él el responsable, puesto que al creerla dormida la golpea hasta quebrarle el cráneo, sin darse cuenta de que ella ya estaba muerta antes de que él llegara. El detective lleva al esposo al suicidio al hacerlo sentir un criminal9.

El mismo Ramón Díaz Eterovic tiene varias novelas relacionadas con asesinatos de mujeres. En su primera novela La ciudad está triste (1987) asume la investigación de la desaparición de una joven llamada Beatriz, a quien encuentran muerta ya avanzada la historia. Su muerte, sin embargo, no responde a razones de género sino a su condición política como militante de izquierda. Más tarde, en Nunca enamores a un forastero (1999), también remite a un asesinato, esta vez de carácter pasional, y que, no obstante, no resulta tan importante comparado con los crímenes políticos de Severino Caicheo (ex compañero de la facultad) y Delfín Castaño. El femi-nicidio íntimo de Doris Mollet pierde relevancia en cuanto a su contexto, puesto que sus responsables son ex agentes de la dictadura y forman parte de la policía política. Lo socio-político se impone al género, en ese sentido. Sus novelas Solo en la oscuridad (1992) y Ángeles y solitarios (1995) detallan, asimismo, crímenes contra mujeres, sin embargo, no tratan de fe-minicidios sino de un crimen ligado al narcotráfico y asuntos económicos, en el primer relato, y de un crimen político en el segundo, puesto que Fernanda descubre la fabricación ilegal de gas sarín en Chile. Al contrario, enEl leve aliento de la verdad (2012), la muerte de mujeres prostitutas sí son feminicidios en el sentido de crímenes de odio contra el género femenino y se constituyen en el último eslabón de una violencia generalizada contra las mujeres, que es posible rastrear en todos los estamentos sociales y profesionales. El machismo y la violencia de género es el telón de fondo para el actuar del héroe, el detective Heredia, que buscará al culpable de estos ataques para enjuiciarlo y apresarlo, arriesgando incluso su propia vida.

Misoginia y corrupción

La violencia de género está presente desde las primeras páginas, cuando Heredia, antes incluso de comenzar a investigar el caso que sirve de argumento para la novela, refiere que acaba de resolver el asesinato de la esposa de un comerciante en Puerto Natales. Si bien asume que el principal sospechoso era el mismo marido, llevando el asunto a un terreno de violencia doméstica y feminicidio de carácter íntimo, descubre que el responsable fue el amante, un funcionario municipal "que la había estrangulado, aburrido de esperar que ella decidiera abandonar a su marido para iniciar una nueva vida a su lado" (10). Aunque este episodio no tiene mayor trascendencia en la historia, sirve de marco para situar las agresiones a las mujeres, también en lugares remotos de Chile y otorgar el contrapunto de los feminicidios que se plasmarán con posterioridad. Así como un amante celoso es capaz de disponer del cuerpo y de la vida de su pareja, demostrando su sexismo al considerarla parte de su propiedad, otros hombres sienten el mismo impulso con mujeres a las que ni siquiera conocen. El cuerpo femenino, en la novela, siempre es transable, utilizable y maltratado por hombres que se sienten superiores.

No obstante este inicio, no será la muerte de mujeres la preocupación principal de Heredia al comenzar la narración, sino la desaparición de un periodista, Julio Segovia. Punto de partida de una investigación que permitirá al detective observar y analizar la hegemonía masculina y la violencia contra las mujeres a toda escala. Así, lo que en un principio parecía tener relación con la escritura de un reportaje sobre narcotráfico, transporta a Heredia a lo más profundo de una sociedad patriarcal, que trasciende clases y profesiones para maltratar, acosar, violar y asesinar al sujeto femenino, muchas veces, en la mayor impunidad.

En el recorrido que emprende para conocer la identidad del asesino del periodista y apresarlo, se encuentra con uno de los principales sospechosos: Adriano Reverte, el hijo mayor de un prominente empresario, maltra-tador de prostitutas. Julio Segovia había sido testigo de la violencia con que el joven, dueño de una tienda de deportes, había tratado a una bailarina dominicana en un exclusivo local nocturno de Providencia, porque, según comentan los personajes, la mujer cuestionó la capacidad sexual del "hijito de su papá". Temeroso por la posibilidad de ser acusado por la joven y propiciar un escándalo en el que involucraría a su progenitor, prefiere pagar el silencio de la mujer y exigir con ello que se regrese a su país sin decir ni una palabra en su contra: "Yo no quería problemas con mi padre ni permitir que la prensa enlodara su nombre por mi culpa" (101). La clase social y la influencia del padre poderoso le permiten a Reverte comprar la complicidad de la víctima. También los hombres testigos del ataque callan para proteger al culpable. La homosociabilidad impera cuando hay que amparar al par masculino. El dinero y el género se constituyen en aliados poderosos.

Aunque el personaje del periodista Humberto Gonqueras es un enigma en muchos casos, puesto que representa la inestabilidad y la conveniencia al aprovecharse de todos, buscar dinero fácil y carecer de todo tipo de ética, es acusado de sostener relaciones sexuales con menores de edad. Utiliza a sus amistades masculinas para esconderse y poder abusar de niñas de diez años. Nadie lo denuncia, nadie dice nada. Este personaje encuentra su doble en Javier Lugano, un ex actor de televisión y profesor de una academia de secretariado que, en cambio, sí es apresado por violar a una muchacha de dieciséis años y denunciado por acoso sexual por parte de sus alumnas. Al contrario de Gonqueras, sus crímenes no quedan impunes y, a pesar de que es detenido por un corto período de tiempo, al menos paga con cárcel las agresiones.

Pedro Gatica, por su parte, policía y jefe directo de Doris, la compañera de Heredia, es descrito como un tipo misógino, incapaz de entender que las mujeres tengan cargos políticos o laborales a la par de los hombres. Por esta razón, intenta que Doris no ascienda en su carrera ni que pertenezca al departamento de homicidios. Tal como ella misma indica, a Gatica nunca le ha gustado que las mujeres investiguen crímenes y que, si fuera por él, sólo las contrataría para secretarias o enfermeras. Si bien en este caso no existe una agresión física directa hacia el género femenino, sí hay una condena a su condición de mujeres que pareciera un pensamiento bastante retrógrado y que, sin embargo, aún moldea el actuar de muchos funcionarios.

Reverte, Gonqueras, Lugano y Gatica atacan a las mujeres de distinta manera, sin llegar al extremo de asesinarlas. Alberto Ferrara y Wilmer Gómez, en cambio, sí están dispuestos a ejercer una violencia mayor contra ellas, con la seguridad de la protección que le ofrece su alto cargo, en el caso del policía, y de sus amistades masculinas, en el caso del actor. Ambos serán los responsables de las muertes de prostitutas, uno como autor material y el otro como autor intelectual. Por placer o por temor a perder el poder, les resulta fácil deshacerse de mujeres a quienes nadie parece importar. La muerte de estas jóvenes comienza con lo físico y culmina con la apatía de los funcionarios públicos y la indiferencia de la población completa.

Las primeras víctimas de las que se tiene conciencia son Rita Mardo-nes (Selva) y Alma Morán (Persia), prostitutas de lujo, trabajadoras de la Agencia Golondrinas. Sus cuerpos son encontrados con cuatro días de diferencia en los departamentos donde atendían a sus clientes, le cuenta Doris a Heredia. "Las dos fueron asesinadas de la misma manera, atadas a sus camas, desnudas y con profundos cortes en las gargantas. Las escenas de ambos crímenes no mostraron evidencias de hechos violentos previos a sus muertes y los exámenes a los cadáveres demostraron que las mujeres habían sostenido relaciones sexuales antes de ser asesinadas" (80). Junto a ellas aparecen copias de la película Psicosis de Hitchcock.

Ruperto Chacón, policía subordinado de Doris, descubre pronto que no son sólo estas dos prostitutas las asesinadas, sino que existen otras tres víctimas en un lapsus de dos meses: Margarita Jara, Gaby Ribeyro y Teresa Troncoso. Los tres cuerpos fueron encontrados atados a la cama de los hoteles donde trabajaban, en uno de los casos se repite la copia de la película. No resulta extraño que el criminal deje esta cinta junto a los cuerpos sin vida de sus víctimas, ya que esta se ha constituido -ya casi de manera histórica- en un símbolo del feminicidio erotizado y ha dado pie a ensayos feministas como el de Jane Caputi "Publicidad feminicida: violencia letal contra las mujeres" en el que se refiere que Janet Leigh se presenta a lo largo de la película como un símbolo sexual: "una mujer convertida en detalle en el objeto del deseo masculino, pero que no se la cogen (en el sentido genital), sino que la matan pornográficamente" (412). La innovación de dicho film estaría en la puesta en escena de la unión entre sensualidad (Leight desnuda bajo el agua de la regadera) y violencia letal (apuñalada por el asesino hasta matarla). El mismo Alberto Ferrara, en una de sus críticas de cine a la que Heredia tiene acceso, señala que Hitchcock "convirtió el asesinato en una expresión artística en la que se combina el genio, la belleza y el suspenso" (206). Un feminicidio convertido en deleite sensual para el espectador que se alía a la mirada y el éxtasis del asesino10. Ferrara, con ese gesto, ejemplifica la unión entre cuchilladas que se perpetran sobre el cuerpo femenino que se desea.

Mujeres, prostitutas, la mayoría de ellas extranjeras, sin familia, terminan en fosas comunes11. Sus muertes son fichadas como misterios pendientes sin preocupación mayor por solucionar los casos. Informes policiacos hechos a la rápida o por cumplir un trámite, piensa Heredia. De cualquier manera, muertes que a nadie le importa investigar: "la redacción de un informe en el que bastaba colocar dos o tres antecedentes generales, porque solamente se trataba de la muerte de una puta, que pudo ser linda y fogosa, triste o risueña, delgada o gruesa, pero puta al fin de cuentas y hasta el último de sus días" (114). Condenadas en vida a no ser más que un cuerpo utilizable y desechable y en su muerte "mujeres olvidadas, salvo por sus familiares, unos cuantos amigos y un asesino que debía conservar en su memoria sus últimos estertores, la sorpresa grabada súbitamente en sus miradas, el dolor que las igualaba a la hora de decir adiós al mundo que conocían" (116).

Prostitutas a quienes nadie importa y, por ello, asesinadas sin búsqueda de culpables. Vidas archivadas en expedientes olvidados y feminicidas impunes que circulan libremente por la ciudad cometiendo más crímenes que también serán olvidados. A la única a quien parece realmente importarle es a Sandra Varas, prostituta y amiga de las mujeres asesinadas: "A menudo pienso en ellas y me digo que no es justo que sus asesinos anden sueltos como si nada. Si hubieran sido muchachas de familias encopetadas, seguro que la policía se habría esmerado más en tratar de encontrar a los culpables. Hasta para eso hay gente de primera y segunda clase" (141). Solidaridad femenina y hermanada en la profesión, Heredia se hace cómplice del sentir de Sandra y por ello se compromete a encontrar a los culpables.

Al ser prostitutas las mujeres asesinadas y presentar características similares en la escena del crimen, Doris y Heredia barajan la posibilidad de un asesino en serie, algo bastante extraño de acuerdo a la realidad chilena. Ruperto Chacón contribuye con otorgar una amplia tipología que ha leído en manuales, entre los que incluye a los asesinos apostólicos que:

Creen tener una misión social relacionada con la eliminación de personas que estiman indeseables, como prostitutas, vagos o niños abandonados. En el caso de los asesinos de prostitutas, casi siempre son sujetos con problemas sexuales o que han sufrido maltratos en su infancia [...] En la clasificación se menciona a los asesinos hedonistas. Tipos que disfrutan matando a sus víctimas, que las violan antes o después de matarlas y que hasta pueden llegar a comer determinadas partes de sus cuerpos (108).

Esta clasificación reseña, en todos los casos, a sujetos con problemas mentales. Trabas sexuales e infancia traumática parecen ser una constante a la hora de explicar este tipo de conductas, justificándolas a través de la locura. En El leve aliento de la verdad, no obstante, al estar narrado desde la visión del detective, poco se profundiza en la psicología o condición psiquiátrica de los feminicidas. Al contrario, Heredia más bien parece convencido de que siempre hay un motivo ajeno a la enfermedad: "Mucha teoría, Doris. Prefiero pensar en las motivaciones del asesino. Dame un motivo y encontraré a un culpable" (109). Es Doris quien insiste en buscar patologías en este actuar violento, mientras Heredia confirma que no es necesario estar demente para asesinar: "Basta conducir un vehículo a cualquier hora del día para darse cuenta de que son numerosos los psicópatas que andan sueltos" (124).

Sin profundizar en la psicología de los asesinos, sino como una crítica, más bien, a una sociedad eminentemente patriarcal, la misoginia de los personajes tiene su punto culmine en la personalidad del actor Alberto Ferrara y el policía Wilmer Gómez, a quienes Heredia revela como los responsables de las muertes de las prostitutas y del periodista Julio Segovia. Gracias a su inteligencia, sus pesquisas y una cuota de suerte, el detective logra descubrir que Ferrara invitó a las mujeres a una fiesta en su casa en Santo Domingo, junto a su amigo Gómez, quien, luego de mantener relaciones sexuales con ellas, abusó de Beatriz, la hermana de Teresa, una niña que sufría de esquizofrenia: "Comenzó a besar a la muchacha y luego la obligó a desnudarse. La chica no quería hacerlo, pero él le pegó un par de cachetadas y para evitar que se siguiera resistiendo me ordenó atar a la muchacha. Después la violó" (258).

Wilmer Gómez es un hombre que frecuentemente utiliza su rango en la policía para abusar de las mujeres que desea12. Mantiene amenazada a una mesera de un café con piernas con denunciarla y deportarla si no accede a tener relaciones sexuales con él, puesto que ella es colombiana y trabaja sin visa de residencia. Acostumbrado a obtener favores con chantajes o dinero, ante la negativa de Teresa para permitir que viole a su hermana Beatriz, Gómez no tiene reparos en tomarla por la fuerza. Tampoco en eliminar a las mujeres testigo, con el fin de evitar una acusación en su contra.

Con el total control sobre la situación y los cuerpos de estas mujeres, Gómez le exige a su amigo Ferrara que las asesine. Una exigencia que el actor cumple demostrando su experiencia, puesto que anteriormente había eliminado prostitutas por placer. La tipología otorgada por Chacón del asesino apostólico cobra sentido en Ferrara cuando le confiesa a Heredia:

"Les hice el favor de sacarlas de la vida que llevaban" (258) y se traslapa con la calificación de asesino hedonista cuando asegura que a las primeras víctimas las asesinó por placer: "Por gusto. Usted jamás podrá imaginar el placer que sentí al verlas atadas, descubriendo que no se trataba de la fantasía sexual de un cliente de gustos extraños. El placer de ver sus rostros atemorizados cuando les mostré el cuchillo con el que puse término a sus miserables existencias" (258).

El rango policial en el caso de Gómez y la amistad masculina en el de Ferrara, les permite acabar con las mujeres prostitutas, testigos de la violencia ejercida contra Beatriz, en crímenes que ellos piensan quedarán impunes. La homosociabilidad y la institución patriarcal contribuyen a que los casos se archiven, sin que nadie se preocupe de una investigación exhaustiva, tendiente a encontrar a los culpables. Nadie hasta que Heredia, el héroe defensor de las mujeres, descubra el delito y se empeñe en apresar a los responsables: "¿Por qué crees que deseo enfrentar a Gómez? No olvido la mirada perdida de Beatriz cuando la visité en el sanatorio, y te aseguro que entre ella y la colombiana no hay mucha diferencia. Ambas son víctimas de Gómez y de otros como él" (276). El detective toma como suya la causa en contra del machismo y el autoritarismo masculino, buscando castigar a todos los agresores del género femenino.

Heredia, a lo largo de toda la saga, se muestra como un defensor de los indefensos, comprometido con los personajes sin voz, susceptibles de transformarse en víctimas del poder13. Por ello no resulta extraño que como protector de las mujeres se oponga a la masculinidad hegemónica y presente un enorme contraste con estos otros hombres abusadores, violadores y asesinos. El detective asegura: "Detesto a los tipos que golpean a las mujeres o abusan de las niñas" (103). Una declaración de guerra contra todos aquellos que se sienten con el derecho y la autoridad para maltratar al sujeto femenino. Así como en novelas anteriores se oponía fervientemente a políticos y empresarios corruptos y ambiciosos, acá se enfrenta al machismo más acérrimo con el que contrasta en diferentes acciones, puesto que él no considera a las mujeres como objetos sino como seres pensantes con proyectos y sueños en los que él puede o no estar incluido. Es él quien insta a Doris a no dejar su carrera como policía, es él quien acepta sin cuestiona-mientos el hecho de que Griseta haya decidido radicarse en España.

De su entrega a las mujeres que quiere, su lucha contra los grandes poderes y la protección que brinda a los desamparados, se desprende la personalidad de un hombre con un alto grado de moralidad. Aunque varios casos los resuelve por dinero, sólo los acepta para tener con qué comer, sin embargo no duda en investigar sin esperar recompensas, alentado por el simple deseo de llegar a la verdad y entregar a los culpables a la policía, como el asesinato de Fernanda en Ángeles y solitarios y la muerte de las sexoservidoras en la novela que nos convoca14. En esta historia, la antigua amistad que lo une con el periodista Marcos Campbell es la que lo lleva a investigar la desaparición de Julio Segovia y a descubrir al criminal que mata mujeres:

Buscar restos de verdad era un vicio o una manía que no me daba tregua. O solo era una manera de justificarme y dar sentido al tranco pausado de mis días, al deseo de restablecer un orden que al fin de cuentas no pasaba de ser una ilusión, porque encontrar a un culpable no devolvería la vida a Segovia ni a las mujeres asesinadas. A lo más me daría la fugaz ilusión de que nadie podía quedar impune por sus crímenes, cosa que sabía de sobra no era cierto, porque siempre hay alguien que usa sus influencias para conseguir el silencio de la justicia, como aconteciera en el pasado y como ocurriría en el futuro cada vez que un poderoso temiera ser perjudicado por el leve aliento de la verdad (245)15.

A pesar de su alta moralidad, o en consecuencia con ello, Heredia es un detective privado que actúa al margen de la ley16. Si bien se apoya en elementos de la institución policiaca (como en Doris), gran parte de sus acciones son contrarias a los reglamentos civiles. Engaña, suplanta el cargo de policía gracias a una credencial comprada en el Mercado Persa, asume otras personalidades, entra sin autorización a los departamentos de los sospechosos, utiliza la fuerza física para obtener confesiones, roba evidencia. Todo ello justificado en una desconfianza respecto al sistema gubernamental y político, así como en un desencanto respecto a las prioridades estatales que parecen proteger a los poderosos en detrimento de los más débiles.

El héroe contra una sociedad corrupta

Esta visión de Heredia, respecto a una sociedad corrompida institucionalmente, es también un rasgo común en el denominado neopolicial latinoa-mericano17. Desconfianza e incredulidad es el sentir que lleva a los detectives a actuar al margen de la legalidad y descubrir por sus propios medios a los delincuentes que, muchas veces, ni siquiera serán juzgados. En el caso concreto de las novelas de Díaz Eterovic, ello se debe al desencanto que dejó una huella imborrable en la conciencia de jóvenes que creyeron en los ideales de izquierda y que fueron acallados durante la dictadura militar: "Soy parte de aquellos que nunca tuvimos la oportunidad de cambiar nada. Quedamos a medio camino entre una época de euforia política que nos pilló saliendo de la adolescencia, y otra de sombras y crímenes alevosos que nos obligó a resistir y a llevar una vida que no deseábamos" (48). Una época que al parecer no culminó con el plebiscito sino que mantuvo su influencia en la memoria de los ciudadanos y en el mismo Estado, puesto que la policía, de una u otra manera, parece seguir atada a los años ochenta y los políticos, piensa Heredia, sólo han cambiado de traje sin ingresar realmente a una democracia: "Y luego llegaron otros y nos hicieron creer que era el tiempo de la alegría. Pero ellos escondían sus trucos bajo la manga y dieron riendas a sus ambiciones para administrar el poder y sus negocios" (49).

En El leve aliento de la verdad políticos y empresarios no cobran tanta importancia como en otras novelas, pero la policía sí se encuentra presente como contrapunto a las acciones y la moralidad de Heredia, en algunos casos, y como ayuda con su trabajo, en otras ocasiones, gracias a contadas personas que son capaces de saltar los protocolos para brindarle una cooperación desinteresada. Así, también la institución es susceptible de entrar en esta dicotomía entre buenos y malos, que tal como indican Clemens Franken y Magda Sepúlveda (2009), es un rasgo que "se emparenta con la conocida convención del género negro que presenta la institución de la policía como heterogénea con unos pocos buenos y muchos malos" (184).

Del lado de los buenos se encuentra Doris, una policía incorruptible, amante de su trabajo y creyente de la justicia, que le confiesa a Heredia que lo suyo es una verdadera vocación que se manifestó desde niña, puesto que, mientras sus amigas jugaban con muñecas ella se imaginaba atrapando a criminales. A pesar de su integridad moral, su profesión no es bien vista, como se lo hace saber Anselmo a Heredia: "La señorita Doris es simpática y atractiva, pero no me agrada que sea policía. Usted sabe que a los ratis no los trago ni mezclados con miel" (148). Lo mismo ocurre con Ruperto Chacón, subordinado de Doris, quien incluso le cuenta al detective que debió oponerse a su padre para ingresar en la institución. Ambos saben que la línea entre los buenos y los malos es débil y que resulta fácil caer en tentaciones producto del dinero o el poder, sin embargo, los dos se sienten orgullosos de pertenecer al ámbito de la legalidad18. Aunque ayudan a Heredia sin autorización de sus superiores, actuando en ese sentido en contra de las reglas, lo hacen porque están convencidos de contribuir a encontrar la verdad.

A su actuar, no obstante, se oponen otros policías corruptos o autoritarios19. En el caso de Doris, su mayor oponente es su superior Pedro Gatica, un hombre misógino que pretende alejarla de las investigaciones en terreno por el hecho de ser mujer. Tras la máscara de un ascenso, busca trasladarla al Departamento de Asuntos Internos:

unidad que se dedica a investigar los reclamos que la gente y otras instituciones interponen en contra de los funcionarios, por falta a la ética o a la ley [...] Las jefaturas están preocupadas por varios casos de corrupción conocidos en los últimos meses e intentan mantener orden en las filas. Tratos con narcotraficantes, investigaciones mal llevadas, coimas y chantajes, funcionarios ebrios o drogadictos. La lista de faltas es grande y a la jefatura del servicio le interesa tenerlas a raya. Dicen que quieren conservar la disciplina y la imagen institucional, pero a mí se me antoja que están más preocupados de conservar sus empleos. Más aún cuando no pasa un día en que los políticos y los periodistas no hablen del aumento de la delincuencia y de lo poco que se hace para combatirla (45).

Policías ligados al narcotráfico, funcionarios drogadictos e involucrados en casos de corrupción parecen ser frecuentes, según el testimonio que otorga Doris respecto a la función que tendrá en Asuntos Internos. Sin embargo, al envolverse y lograr reabrir el caso de las prostitutas asesinadas, también en ese lugar pasa a ser una persona que puede resultar peligrosa para la institución, producto de su honestidad. Por ello, Pedro Gatica intenta trasladarla al Archivo, un espacio en el que no tendrá contacto con nadie más que con hojas de papel y expedientes cerrados y cuyo cargo no es de importancia para resolver crímenes.

La policía se ve, así, como un organismo de corrupción a gran escala, una corrupción que comienza en la misoginia de sus funcionarios y culmina en la implantación de pruebas falsas para enjuiciar a los sospechosos, en la desidia para investigar y en el encubrimiento de los verdaderos criminales asociados a la institución. Más importante que desentrañar los misterios de las muertes de las sexoservidoras, más importante que apresar al asesino serial que las ataca en sus lugares de trabajo, es encontrar a quien culpar, buscar la forma de probar su responsabilidad y entregar a los medios la noticia de la captura. La apariencia de que la justicia funciona correctamente y que la ley impera por sobre los delincuentes, lograr crear una sensación de seguridad y tranquilidad en la población, aunque ello sea falso. Es lo que sucede con Javier Lugano, a quien cargan injustamente, con la responsabilidad por los asesinatos20:

La policía desplegará sus recursos para cargarle los asesinatos [...] la policía tiene sus códigos y lo más probable es que encuentre testigos que declaren haberlo visto entrar a los edificios donde las víctimas recibían a sus clientes [...] en los últimos días, los asesinatos han originado una buena cantidad de titulares sensacionalistas en la prensa y a la policía le interesa que pasen rápidamente al archivo o que sean reemplazados por otros más elogiosos. No olvides que vivimos en el país de las apariencias (181).

La policía, no obstante, no sólo muestra su corrupción al implantar pruebas falsas, con el fin de mostrar a la opinión pública a un culpable confeso, sino que este es sólo un punto más dentro de una red amplia de ilegalidad. Una red que la conforman periodistas, empresarios, políticos, narcotraficantes y policías que se encubren entre ellos sus irregularidades y vicios21. De esta forma, Wilmer Gómez es la personificación de toda esa podredumbre estatal al constituirse en un abusador, violador y feminicida intelectual. Un tipo que, además, realizó una serie de trabajos deshonestos durante la dictadura y recogió valiosa información acerca de sus superiores y políticos opositores con tejado de vidrio, de esta forma, una vez retornada la democracia, no pudieron darle de baja y, al contrario, se convirtió en un intocable22. La cabeza que protege a sus subordinados por amistad homo-social pero también para que ellos no lo delaten. Así ayuda a Gonqueras a librarse de Heredia simulando una detención, permite que Ferrara asesine prostitutas impunemente y calla las actividades de narcotráfico que ejerce Cachito Barrales, su dealer.

La policía se presenta, entonces, como un espacio en el que confluyen personas buenas y moralmente intachables con sujetos que se aprovechan de sus cargos y su poder para abusar de otros. Personas incansables en la lucha por el bien y la justicia, mientras otros permanecen completamente indiferentes y apáticos frente a los desamparados. Los primeros son los menos, los segundos son mayoría. Los primeros creen en una justicia pareja, mientras los segundos apuestan a ciudadanos de primera y segunda clase, como indica Sandra Varas.

Una sociedad corrupta cuyas reglas no son iguales para todos, puesto que un empresario con dinero puede quedar libre por maltrato a una mujer, mientras el expediente de mujeres asesinadas cae en el olvido y su caso se cierra sin encontrar culpables. El juego de las apariencias vuelve engañosa esta línea divisoria entre gente correcta y los verdaderos delincuentes. Doris expresa este desencanto: "Estoy cansada de pensar que los abusos son acciones de unos pocos, esporádicas, y que las intenciones de los honestos prevalecerán a la larga. Los abusos y los crímenes están en el horizonte de cada mañana. A diario se destapa una olla podrida y empiezo a dudar de qué lado están los buenos" (231).

Pero a pesar de esta desilusión, desconfianza, desencanto que parece habitar tanto en Doris como en Heredia, la verdad termina por imponerse y la justicia triunfa, gracias a la acción valiente de quienes están del lado correcto. Así, esa desesperanza que acompaña al detective durante todo el relato presenta ciertos matices en sus pensamientos cuando reconoce una luz de esperanza en sus investigaciones: "Mi destino era buscar la verdad, porque más allá del pesimismo que atenuaba mi entusiasmo durante las investigaciones, soy de los que siguen creyendo que la vida no puede ser una secuencia interminable de renuncias y sufrimientos" (259). Una luz de esperanza que se transforma en realidad al momento de resolver el misterio y pedir un castigo acorde el daño realizado por los delincuentes23.

El detective Heredia devela el misterio, apoyado en sus intuiciones, una gran cuota de suerte y en la ayuda de conocidos y desconocidos que lo conducen hacia la verdad. Y, aunque piensa en un momento en la posibilidad de tomar la justicia por sus propias manos, asesinando de un disparo a Ferrara, se arrepiente y decide creer que la ley hará su parte, imponiéndole una condena de cadena perpetua efectiva. Así pasa de ser el responsable de las pesquisas, con el que la policía cooperaba, a ser el facilitador de la institución; un colaborador eficaz que contribuye a penar a los feminicidas, restableciendo un precario orden en la sociedad, un orden que puede volver a alterarse en cualquier momento pero en el que estará listo para volver a intervenir24.

De esta forma, y a pesar de la desconfianza que se tiene respecto a los organismos estatales, los culpables obtienen el castigo que merecen y quienes permanecieron del lado de la justicia obtienen su recompensa. Gonqueras y Ferrara son formalizados por la Fiscalía y, aunque Wilmer Gómez se suicida en el momento en que se ve atrapado por Heredia, para evitar que su nombre sea manoseado por la prensa -como él mismo indica antes de dispararse- encuentra su castigo. Contra todos los pronósticos de Doris, quien le asegura al detective que la muerte de Gómez no será asociada a los crímenes porque la institución no quiere que una de sus jefaturas importantes aparezca vinculada a violaciones y asesinatos, con el fin de mantener "la buena imagen y la credibilidad que debe tener un organismo policial para que la mayoría de la gente siga confiando en sus procedimientos" (288), el reportaje que escribe Campbell, asociando al funcionario con las muertes, se vuelve un éxito. El nombre de Gómez termina igualmente siendo manoseado por la prensa. Finalmente, Pedro Gatica, el misógino jefe de Doris es castigado por encubrir y colaborar con Gómez, por lo que es trasladado a una unidad en el norte. El puesto de Gatica queda vacante y se lo ofrecen a Doris como distinción por su excelente trabajo. El machismo y el abuso son sancionados.

Conclusiones

Heredia, el detective que persigue al feminicida, el detective dispuesto a todo por desentrañar la verdad y hacer valer la ley, triunfa. Este final, sin embargo, resulta -al menos- extraño no sólo porque en sus páginas existe efectivamente una crítica a una sociedad que se presenta como viciada, con reglas inestables y dispares para ciudadanos que parecen ser de primera y de segunda clase, sino porque estos hechos se contradicen, de alguna manera, con la crítica tradicional que ha visto a Heredia como un sujeto desencantado, incrédulo respecto a las autoridades y derrotado (Franken y Sepúlveda; Waldman; García-Corales y Pino; Cánovas25), puesto que el detective, a pesar de demostrar su desesperanza y descontento social, a pesar de encontrarse en su camino con policías corruptos que fungen del lado de la ilegalidad, cree que puede haber justicia, tanto así que en el momento en que tiene en sus manos el destino de Ferrara, en vez de asesinarlo lo entrega a la policía. Su detención se realiza, asimismo, con la colaboración de las mismas autoridades.

Quizás una anomalía, incluso, en el neopolicial latinoamericano acostumbrado a la corrupción e impunidad: en esta novela el detective es un héroe, el crimen se resuelve, los delincuentes pagan, la justicia existe26. Aunque la corrupción es un telón de fondo y el detective es un sujeto que actúa al margen de la legalidad -en cuanto investigador privado- se convierte en un héroe que desentraña el misterio y entrega a los criminales a la justicia para que expurguen con cárcel sus asesinatos, convirtiéndose con ello en un colaborador o propiciador de la ley.

Para Gustavo Forero (2015) radica en ello la gran diferencia entre el policial europeo y la novela negra, puesto que en el modelo clásico el detective investiga y encuentra al culpable para sancionarlo. La ley y la sanción se erigen en ideales que permiten confiar en el sistema capitalista y democrático, apología a sus naciones civilizadas, desarrolladas e industrializadas que se basan en la razón moderna. En la novela negra latinoamericana, en cambio, el culpable no se encuentra o si se encuentra no es juzgado, lo que pone en tela de juicio el modelo mismo de razón occidental que no presenta una real confianza en el orden legal: "This criticism is above all determined by the increasingly evident absence of punishment as the resolution of the novel, or, as I have mentioned above, by the evidence of a relative capacity for punishment among states in the new world disorder" (32)27. Estas diferencias resultan de fundamental importancia para el abogado, ya que supone: "a contemporary reflection on the literary meaning of what the State or democracy may be as their definitions continue to move into new contents according to the necessities of the different societies analyzed" (34).

El leve aliento de la verdad efectivamente presenta una crítica social, una denuncia en contra de la corrupción, de los funcionarios que operaban durante la dictadura y que aún se mantienen en el poder, los amiguismos, el deterioro de las relaciones interpersonales, el abuso de poder, las falsas apariencias, las desigualdades sociales, el machismo, el mal que late en los rincones secretos y de pronto se asoma. Rasgos propios del neopolicial latinoamericano y que, finalmente, se contradicen con una resolución cargada de esperanza y justicia, en el que los buenos triunfan y los delincuentes pagan.

Una reflexión que permite creer en la legalidad que se pone a prueba a raíz de ciertos elementos que empañan la democracia; elementos que, al contrario de lo que se retrata en el neopolicial, no son tantos, y si lo son no resultan tan poderosos como quienes permanecen del lado correcto. El héroe-detective, aunque aparentemente al margen de la ley, se vuelve el aliado más eficaz al derrotar a los feminicidas y entregarlos a la policía para que reciban una sanción penal que, efectivamente, llega. Una visión de sociedad esperanzada no desencantada, un enfoque que, a fin de cuentas, revela un mundo justo por y en el que vale la pena seguir luchando28.

Notas

1 Este tipo de novelas otorga gran importancia al intelecto del detective, acorde con el momento histórico, puesto que como indican Guillermo García-Corales y Mirian Pino: "en la labor del investigador se aprecia el predominio de una dosis de intelecto acentuado concomitante con el avance de la ciencia y el positivismo del siglo XIX" (2002, p. 46).

2 Este modelo es propio de las primeras novelas policiales, escritas durante el siglo XVIII. Clemens Franken señala: "En estas novelas góticas ya se presentan algunos motivos importantes de la posterior novela policial: la atmósfera horripilante, el crimen misterioso, el problema del recinto cerrado, y, al final, la explicación racional del misterio" (2003, p. 20).

3 Alewyn propone que este énfasis en la personalidad del detective como un ser outsider y excéntrico se alía a la descripción de los artistas, puesto que su extravagante modo de vivir los excluye de la sociedad de los hombres corrientes: sin familia, sin profesión, sin dinero y en constante lucha contra el Estado. El crítico agrega: "Pero estos emigrados o expulsados son los que saben leer las huellas e interpretar los signos que para el hombre normal son invisibles o les resultan incomprensibles. Pues ellos están preparados para la realidad de lo insólito e inmunes contra el engaño de lo probable" (1982, p. 221).

4 Cfr. Corrales (2008). "Es imposible desligar los factores políticos y sociales de la criminalidad".

5 La novela negra que surge en los EE.UU. presenta elementos que pueden trasladarse a la realidad chilena, como una atmósfera asfixiante, miedo, violencia, falta de justicia, corrupción del poder; sensaciones que se vivieron durante la dictadura y que hoy persisten, según Díaz Eterovic en el artículo "La novela Negra:Crónica de la sociedad actual".

6 En Latinoamérica se denomina con mayor frecuencia neopolicial, aunque Díaz Eterovic generalmente se refiere a su literatura también como novela negra, tomando elementos que confluyen en ambas denominaciones como la pérdida de credibilidad en la justicia y abusos del poder: "En la novela negra encontré los códigos para explorar la relación crimen-política-violencia, tan brutal y tristemente común en los países latinoamericanos. Se trata en definitiva de abordar una literatura con acento realista a través de un género que se caracteriza por hurgar en la mugre que suele esconderse bajo las alfombras del poder" (Díaz Eterovic, 2002, p. 12).

7 Franken asegura que Díaz Eterovic "quiere entregar en sus novelas negras una radiografía de nuestra sociedad actual y reflexionar acerca de la marginalidad de una ciudad como Santiago y de la justicia en Chile" (2003, p. 57).

8 Pocos meses antes de la publicación de la novela, en una entrevista con Gonzalo Hernández, Díaz Eterovic le comentó que El leve aliento... se relacionaba con el asesinato de mujeres y recalcó que el paso de los años de Heredia va a la par con el paso de la historia y los nuevos problemas de la sociedad chilena: "Heredia se define como un testigo, y en ese sentido sigue observando la sociedad, analizando sus carencias, asumiendo casos que tienen que ver con problemas de atropellos presentes en nuestra realidad. Sus principios no han cambiado y por lo tanto sigue siendo un resistente a todo tipo de injusticia y desigualdades" (2012). Asimismo, cuando el periodista Javier García le pregunta de dónde salió la idea para esta novela, el autor responde que la realidad chilena "se presta para idear historias policiacas. Basta leer la prensa para pensar en buenas tramas criminales" (2012).

9 Anteriormente Poli Délano ya había relatado un feminicidio de pareja en el cuento "Felices" (1971) en el cual un hombre asesina a su novia por celos. Sin embargo, queda una leve posibilidad de que ella se haya suicidado junto con él, puesto que ambos son encontrados sin vida.

10 El cinematólogo inglés Raymond Durgnat declaró respecto a esta escena que se trataba de un "asesinato pornográfico": "demasiado erótico como para no disfrutarlo, pero demasiado espeluznante para disfrutarlo" (en Caputi, 2006, p. 412). A la par, Vicente Sán-chez-Biosca en el artículo "Despedazar un cuerpo" comenta que una de las novedades de Psicosis fue mostrar evidentemente la relación entre sexo y mutilación a través del montaje, permitiendo que el espectador se transformara en autor del asesinato gracias a la mirada subjetiva: "vehiculado por el montaje y sin mediaciones donde pueda sostenerse la mirada: demasiado cerca para no estar interpelándonos a nosotros mismos, para no ser nosotros mismo incluso, en nuestro imaginario, sus autores" (2001, p. 193).

11 Se puede encontrar en este hecho una relación con los cuerpos de los militantes de izquierda durante la dictadura militar. Al igual que estas prostitutas, la identidad de los muertos durante el gobierno de Pinochet ni siquiera constituía un registro. Esto también es algo que ha rescatado la novela negra chilena, según la opinión de Gilda Waldman "Como una radiografía del país, eficaz y sofisticada, la novela negra sacaba a la luz los cuerpos muertos o torturados de los seres sin nombre, dando espacio e identidad a los secretos escondidos" (2001, p. 93). Sin la intervención de Heredia estas mujeres serían una extensión de cuerpos desechables para el gobierno, tal como antes lo fueron los detenidos desaparecidos, cuyos cuerpos muchas veces ni siquiera cayeron en fosas comunes.

12 En el caso de la novela el policía es un abusador de mujeres, en otros casos -reales y ficticios- su vicio es la corrupción. Esta es una imagen frecuente que la población mantiene respecto a los policías, tal como indica R. Schimd: "Lo que más escozor produce en el ciudadano medio de América Latina es el hecho de que los funcionarios policiales, lejos de garantizar la seguridad pública, representan una fuente de permanente incertidumbre. Nunca se sabe si protegen a alguien o si desean extorsionarlo" (en Waldmann, 2003, p. 137).

13 Heredia es un héroe, según la concepción que Raymond Chandler en su ensayo El simple arte de matar, exige para los detectives: "Debe ser un hombre completo, un hombre común y al mismo tiempo extraordinario. Debe ser, para usar una frase remanida, un hombre de honor. Por instinto, por inevitabilidad. Sin pensarlo y por cierto, sin decirlo. Debe ser el mejor hombre del mundo y lo suficientemente bueno para cualquier mundo" (1989, p. 341).

14 Un rasgo que puede ser tomado del detective Philip Marlowe de Raymond Chandler quien intenta resolver los casos criminales para cumplir con sus preceptos morales. "Su recompensa, más que el dinero, es una conciencia tranquila, lo que muestra su superioridad moral" (Franken, 2003, p. 38).

15 "Heredia, siendo un héroe quijotesco que surge desde la marginalidad y soledad, intenta rescatar valores que mantienen en pie a las personas tales como el amor, la solidaridad, el compañerismo" (Franken, 2003, p. 57).

16 Heredia presenta algunos rasgos característicos de Dupin, el detective de Edgar Allan Poe, una figura que está en conflicto con la policía: "El detective privado Dupin, libre del Estado y de la familia, viene a decir que esa institución, en la cual se ha delegado la problemática de la verdad y de la ley, no sirve" (Franken, 2003, p. 23).

17 Este rasgo no sólo viene del neopolicial latinoamericano sino, como argumentaba Raymond Chandler, estos elementos deben estar presentes en cualquier escritor del género policial que se preocupe por el realismo de su historia al relatar "un mundo en el que los maleantes y matones pueden gobernar naciones y adueñarse de ciudades [...]; en que un astro cinematográfico puede ser el jefe de una pandilla [...]; en que todo alto cargo municipal puede tolerar un asesinato como medio para ganar dinero, en que ninguno puede caminar tranquilo por una calle oscura, porque la ley y el orden son cosas sobre las cuales hablamos pero que nos abstenemos de practicar [.]. No es un mundo muy agradable, pero es el mundo en el que vivimos" (1989, p. 341).

18 Estos policías incorruptibles, no obstante, no son tan eficaces como el outsider Heredia. Un rasgo propio de la novela policial que deja en evidencia la ineficacia de los organismos con que cuenta un Estado de derecho, como remarca Alewyn: "La policía trabaja casi siempre -en modo alguno siempre- honesta y fervorosamente en la cosa, pero sus representantes no son en el mejor de los casos más que eficientes routiniers, pero por lo demás ciegos, limitados y sin fantasía. Y aunque la policía dispone un ilimitado aparato de personas y medios auxiliares, rara vez pasa por alto un callejón sin salida o una falsa huella. De aquí no se puede deducir realmente una alta opinión de la eficacia de los órganos del Estado de derecho" (1982, p. 210).

19 Espejo de la imagen que se tiene de los elementos policiales en Latinoamérica y que personajes como Wilmer Gómez refuerzan: "Los expertos generalmente coinciden en que los jóvenes de muy bajo nivel de instrucción que se postulan para ingresar en la policía, rara vez lo hacen impulsados por el deseo de prestar servicios útiles a los ciudadanos y a la comunidad. Lo que los atrae, además de una eventual tradición familiar, es, por un lado, la posibilidad de ejercer poder sobre sus semejantes y, por otro, la esperanza de lucrarse sin demasiado esfuerzo" (Waldmann, 2003, p. 124).

20 Heredia nos hace caer también en el juego de creer que Lugano es el asesino, tal como él mismo parece considerar en un principio. Este recurso es clásico de la novela policial, que según Alewyn es denominado "falsa huella" y consiste en que todos los indicios aluden insoslayablemente a una persona que en realidad es inocente.

21 Chandler fue un pionero en este tipo de denuncia: "Chandler revela más nítidamente las relaciones sociales en el sistema capitalista que facilitan el crimen. La corrupción y la violencia no están solamente presentes entre grandes grupos sociales, detrás de los cuales se esconden los representantes del gran mundo político y económico, sino que penetran [...] en la vida cotidiana de los habitantes de Los Ángeles" (Franken, 2003, p. 36).

22 Este es un tema recurrente en la narrativa de Díaz Eterovic, tal como lo nota Gilda Waldman al referirse al personaje de Heredia: "Los nuevos tiempos de la democracia le parecen detestables: tras la nueva escena acechan los mismos culpables de ayer, aún impunes" (2001, p. 95).

23 Este tipo de resolución -en que la justicia finalmente se impone- no se encuentra presente en sus primeras novelas, contextualizadas y escritas en dictadura. En su primera novela, La ciudad está triste, por ejemplo, a pesar de que Heredia devela los misterios acerca de la desaparición de ciertos presos políticos, no es a él a quien compete restablecer la justicia porque "esa justicia no está en ninguna parte. A saber, no se puede restablecer lo que no existe en un momento de supresión de las garantías constitucionales para los ciudadanos" (García-Corales y Pino, 2002, p. 63).

24 Heredia se transforma en un símil del detective privado del siglo XIX, cuya función principal era darle seguridad a los ciudadanos, entregando los criminales a la policía e impartiendo justicia. Cfr. Franken, 2003, p. 24.

25 Rodrigo Cánovas, por ejemplo, argumenta que Heredia, así como otros detectives de las novelas policiales chilenas de los noventa, tiene una "mirada gris sobre el paisaje santiaguino, una constatación de la falta de vida, del desgaste, de la tristeza y soledad de los chilenos" (1997, p. 83).

26 Estas características, no obstante, son recientes en la narrativa de Díaz Eterovic. Sus primeras novelas asumían una desesperanza inherente, una derrota anticipada y una insistente falta de justicia. La teórica Magda Sepúlveda argumenta que el tono de estas novelas "es el que transmiten los derrotados. Sin embargo, esta derrota está marcada por la heroicidad. El protagonista se percibe como un héroe, buscando valores trascendentes en un mundo que no los tiene. Su vida la transforma en un acto estético donde perder es un acto de singular belleza" (en Cánovas, 1997, p. 119).

27 Danilo Santos agrega a esta descripción del neopolicial que "El Estado deviene motor del crimen, de la corrupción y de la arbitrariedad política. La policía pasa de resolutoria a fuerza caótica" (2009, p. 70). En este caso, si bien los órganos estatales contienen elementos corruptos o ineficaces el Estado en sí no es el motor del crimen, por el contrario, es quien finalmente castiga a los asesinos.

28 28 A esta misma conclusión llega Chandler al final de su ensayo, respecto a la novela policial y la función del héroe-detective: "Si hubiera bastantes hombres como él, creo que el mundo sería un lugar más seguro y no tan aburrido como para que no valiera la pena vivir en él" (1989, p. 342).

 

Referencias

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Recibido: 28.07.2015. Aceptado: 22.01.2016.

* Este artículo fue escrito en el marco de la tesis doctoral Voces del feminicidio: Víctimas y victimarios en novelas y telenovelas chilenas recientes, con la que obtuve el grado de Doctora en Literatura por la Pontificia Universidad Católica de Chile.

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