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Acta literaria

versión On-line ISSN 0717-6848

Acta lit.  n.29 Concepción  2004

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-68482004002900011 

  Acta Literaria Nº 29 (155-160), 2004

Notas

La representación memorable de la vida cotidiana en el cuento "El delincuente" de Manuel Rojas
 
 

Gloria Favi Cortés

Universidad de Chile / Universidad Central de Chile. gfavi@uch.cl


Una inmensa cloaca de infección y de vicio, de crimen y de peste, un verdadero potrero de la muerte"... Es la ciudad de los arrabales que a fines del siglo XIX describe el intendente Benjamín Vicuña Mackenna para oponerla al "Santiago propio, la ciudad ilustrada, opulenta, cristiana"... (De Ramón, 1996:166-177).

"Yo vivo en un conventillo"..., nos relata el peluquero Garrido –personaje central en el cuento "El delincuente", publicado en 1925 y así, subyugados por la fuerza y el flujo espontáneo de su decir, ingresamos en este tiempo ajeno para inscribir un nuevo sentido a los discursos literarios que dan cuenta de la historia social del pueblo de Chile.

El lenguaje de la literatura en tanto es artificio que mantiene una dudosa relación con la realidad, descubre en forma insidiosa los secretos para decir lo inconfesable, traspasa los límites de lo cotidiano y así produce efectos de una verdad perceptible y factible de ser reflexionada en el mundo real.

A este conventillo, es decir, al mío, se entra por una puerta estrecha y baja... en el centro hay una llave de agua y una pileta que sirve de lavadero... alrededor de este último patio están las piezas de los inquilinos, unas cuarenta, metidas en un corredor formado por una veredita de mosaicos rotos y el entablado del corredor del segundo piso, donde están las otras cuarenta piezas del conventillo (Rojas, 1993).

Así, sin mayores preámbulos, ingresamos en el discurso no prestigiado de una memoria que vive, construye y autoseñala en el texto los espacios grotescos de los arrabales de Santiago de Chile en 1925 y con los gestos vivos de su lenguaje imita los trayectos posibles y las acciones fantasmales de los patéticos habitantes cuyas memorables hazañas perdurarán en nuestros recuerdos.

Descifrar los signos de identidad y las marcas culturales de la época que refleja el habla del narrador constituyen nuestra lectura conjetural que reinvestiga y reinscribe un fragmento de la historia de Chile –el inicio de la evolución democrática entre 1920 y 1950– en un nuevo sentido socio-histórico que se sitúa en las perspectivas cambiantes de un habla subjetiva vivida y verificada en la memoria. Es el relato que imita y crea espacios que no se clausuran, supuestos que constantemente se regeneran, se niegan y finalmente anulan los límites complejos, estereotipados y definidos en la historia oficial del pueblo de Chile.

Mi conventillo es una pequeña ciudad, una ciudad de gente pobre, entre las cuales hay personas de toda índole, oficio y condición, desde mendigos y ladrones hasta policías y obreros. Hay, además, hombres que no trabajan en nada; no son mendigos ni ladrones, ni guardianes, ni trabajadores. ¿De qué viven? ¡quién sabe!

La precariedad de la vida cotidiana y la oscuridad de la ciudad segregada se construyen en el lento discurrir del peluquero... "Discúlpeme; es mi oficio de peluquero el que me hace ser inconstante y variable en la conversación", nos interpela desde el interior del texto y nos transforma –sin previa consulta– en huéspedes en el tiempo y el espacio imposible del relato y desde ese ámbito inestable y nebuloso nuestra memoria intenta develar la potencialidad del habla que inscribe el sentido social que se va filtrando desde las variadas perspectivas de su decir.

Una pequeña puerta hundida respecto a la vereda y expuesta a las inundaciones causadas por la lluvia nos señala el ingreso al desequilibrio grotesco de la ciudad bárbara. Allí vagamos por el último patio para sentir los pasos y las voces en el interior de las ochenta habitaciones de las endebles galerías del conventillo "el idioma castellano, tan rico como es en palabras, no las tiene suficientemente propias para describir con mediana decencia semejantes pocilgas", publica el diario El Mercurio el 18 de marzo de 1909. "El sesenta por ciento de la raza, sifilítica. El noventa por ciento, heredero-alcohólicos (son datos estadísticos precisos)", nos confirma el poeta Vicente Huidobro en 1925 (Huidobro, 1925). Benjamín Vicuña Mackenna dictamina en 1873: "La ciudad propia está sujeta a los cargos y beneficios del municipio y la ciudad bárbara para la cual debe existir un régimen aparte, menos oneroso, menos activo" (De Ramón, 1966:299-396). Es el discurso que legitima los submundos y proyecta la vinculación de las familias poderosas y los poderes públicos con la organización de las barriadas más pobres de Santiago de Chile.

Pero este discurso se aleja de las preocupaciones del maestro Garrido; su conventillo

no tiene de extraordinario más que un gran árbol que hay en el fondo del patio, un árbol corpulento, de tupido y apretado ramaje, en el que se albergan todos los chincoles, diucas y gorriones del barrio; este árbol es para los pájaros una especie de conventillo.

Así nos introduce sin sobresaltos a la extraña belleza de su espacio habitual; el centro social amigable, la llave de agua, los mosaicos, la pileta central que sirve de lavadero y la animita que las viejecitas mantienen como recuerdo de un inquilino asesinado el dieciocho de septiembre. El peluquero y su pequeña ciudad de gente pobre estarían gestando –en el espacio virtual del texto– los signos de identidad que forman una comunidad de cultura en un particular lenguaje. Su habla inscribe un nuevo sentido a los conceptos y prejuicios morales asignados por los discursos liberales de principios del siglo XX, al sentir y a las vivencias de las clases populares y que estarían marcando el inicio de la evolución democrática entre los años 1925 al 1950.

"Tolderías de salvajes...", "pocilgas inmundas que constituyen una inmensa cloaca de infección y de vicio, de crimen y de peste, un verdadero Potrero de la Muerte"..., se califica a la ciudad bárbara a fines del siglo XIX. Pero el tiempo social en el interior del texto, a diferencia del tiempo real, tiene efectos verdaderos, pautas persistentes. De esta forma cada acción deja una huella, pone una marca que se convierte en documentos, en efectos de una realidad que puede ser leída e implicitada en el mundo histórico. "He leído a veces que algunos sabios han encontrado analogías entre la vida de ciertas aves y animales y la de los seres humanos. Si los sabios lo dicen, debe ser verdad. Yo, como soy peluquero, no entiendo de esas cosas"... La autorreflexión en su lenguaje señala los límites del mundo social que le hace posible comparar la belleza de una comunidad de pájaros reunidos en un árbol como símil de una comunidad hacinada en un conventillo lejano a todos los calificativos de horror y vicio que asigna el discurso de la realidad. Así, nos habla que "las piadosas viejecitas del conventillo encienden velas en recuerdo de un inquilino que asesinaron ahí un día dieciocho de septiembre.

¿Cómo se pretende asociar al pueblo a los regocijos del primer centenario? La República ha sido el progreso económico de la burguesía... el conventillo y los suburbios han crecido quizás en mayor proporción que el desarrollo de la población (Recabarren, 1971: 299-396).

Pero los ecos de la pregunta de Luis Emilio Recabarren en el mundo real no tienen resonancias en este conventillo y astutamente el maestro Garrido nos interpela:

Bueno; veo que me he extendido hablándole a usted del conventillo y sus habitantes cuando en realidad éstos y aquél no tienen nada que ver con lo que quería contarle.

Y así desde el conventillo nos expulsa sutilmente de su vida cotidiana. Entonces comprendemos por qué nuestro discurso social se atasca, se diluye y desintegra neutralizado por las negaciones e infinitas variaciones que va construyendo el habla del maestro Garrido, cuya real preocupación no es la iniquidad de su vivienda, es el tiempo, el tiempo que tarda en la noche para arrastrar a un borracho y a un ladrón hacia la comisaría más próxima.

¿Para qué voy a contarle, detalle por detalle, paso por paso, el horrible viaje de nosotros tres, el maestro Sánchez, el ladrón y yo, en la noche, en busca de un guardia...?

Pero, ¿qué significado tiene en la narrativa ficcional la experiencia del tiempo?... El tiempo del relato va imitando creativamente las dimensiones memorables que identifican y particularizan en los personajes las acciones cotidianas que desarrollan sus propias consecuencias. De esta forma la reinscripción de estos sucesos extraordinarios –en nuestra lectura– adquiere pautas persistentes para resistir la aceleración y espectacularidad del tiempo en el siglo XXI. Una nueva dimensión –enclavada en la oralidad activa del discurso– que crea la respuesta del ladrón: "–No, señor; yo me llamo Vicente Caballero, clavador de tacos de zapatos", nos introduce en la lentitud de un oficio –que activa en el tiempo fantasmal del relato–, las formas de sobrevivencia y las subjetividades particulares de los ciudadanos comunes y corrientes de la ciudad de Santiago en la mitad del siglo XX.

Nos interesa reconocer –en el mundo virtual que despliega el relato– la identidad de "esa pequeña ciudad de gente pobre", esa comunidad de culturas populares, para facilitar su comprensión y negar estereotipos sobre la vida cotidiana que han construido los discursos oficialistas en la historia de Chile.

El relato descubre los modos posibles de ser en estos espacios virtuales de la ciudad bárbara: "Me parecía tan estúpido todo aquello, y tan triste; las calles solitarias, obscuras, llenas de hoyos, con unas aceras deplorables y los tres cansados, sudorosos, los tres aburridos de esa faena extraordinaria que nos había tocado". La resignación y el sinsentido para cumplir ritualmente los mandatos de una ley lejana e incomprensible, nos obliga a ingresar en este tiempo pausado, irritante, que transcurre en el discurso... "La comisaría quedaba a ocho cuadras de distancia. ¡Ocho cuadras! Eso era la fatiga, la angustia, el desmayo... En fin, andando, andando". Nos obliga el maestro Garrido, en un accionar ético que permite –en el mundo real– sospechar de la presunta certeza del discurso histórico y de sus leyes demográficas débiles para calificar una supuesta abulia y apatía moral en las clases populares.

El ladrón, el borracho y dos hombres honrados transitan en la larga noche del relato y presuponen un espacio, una ciudad triste que en su fealdad los acoge, una comisaría inhóspita que proyecta la percepción certera contra los malhechores, un ladrón simpático cuya habilidad retórica es neutralizada por el peso de la ley, la angustia por el sueño perdido de dos hombres honrados y el desconcierto que juntos nos asalta en esta madrugada incomprensible.

... Y después, el regreso en el alba, patrón, el regreso a la casa; cansados, con los rostros pálidos y brillantes de sudor, sin hablar, tropezando en las veredas malas, con la boca seca y amarga, las manos sucias y algo muy triste, pero muy retriste, deshaciéndose por allá dentro, entre el pecho y la espalda.

El habla directa y la constante interpelación de una oralidad activa va filtrando el sentido común y la solidez ideológica que se autoasignan cada uno de los personajes en el cuento; así el maestro Sánchez –como es del partido Demócrata– no es muy creativo y siempre cumple con sus deberes legales a pesar del sueño y lo incierto de la situación delictual; el maestro Garrido vive en las primeras piezas del conventillo, aquellas que están cerca de la calle y absolutamente alejadas del mal olor de los baños. Sus acciones son enérgicas y autoritarias a pesar de las vacilaciones y el sentido del absurdo que revelan la influencia filosófica de sus lecturas. Estas circunstancias, su mejor nivel social y su cultura literaria lo convierten –en el mundo interior del texto– en un personaje creíble y respetado. El ladrón –apodado "El Espíritu"–, especialista en robos a borrachos y conventillos, revela el sometimiento y la resignación absoluta a los designios del destino. Jamás intenta escapar de sus captores y solidariamente los ayuda a transportar su carga, a pesar de intuir que esa solidaridad significará el fin de su libertad. Los guardias y el teniente de la comisaría, conscientes de su poder y jerarquía, utilizan diálogos autoritarios y sin matices.

Esa comunidad de culturas populares y la exhibición de sus roles e identidades en el lenguaje ficcional de la literatura establece las tensiones entre el mundo real que en 1920 inicia la lenta construcción de la república democrática en Chile.

Finalmente, este tránsito sutil que refleja la oralidad activa de los personajes en el relato, desautorizaría la microsociología institucional que los incluye artificialmente en la construcción utópica de la identidad creada por la república liberal a principios del siglo XIX.
 
 

BIBLIOGRAFIA

Collier Simon, S. 1999. Historia de Chile (1908-1994). Madrid: Cambridge University Press.

De Ramón, A. 1966. Santiago de Chile. Santiago: Editorial Universitaria.

Godoy, H. 1971. Estructura social de Chile. Santiago: Editorial Universitaria.

Huidobro, Vicente. 1925. "Balance patriótico", en Acción Nº 4, agosto.

Recabarren, Luis Emilio. 1971. El balance del siglo. Ricos y pobres a través de un siglo de vida republicana. Santiago: Editorial Universitaria.

Ricoeur, Paul. 2001. Del texto a la acción. Argentina: Fondo de Cultura Económica.

Rojas, Manuel. 1993. El delincuente, El vaso de leche. El Colocolo y otros cuentos. Santiago: Zig-Zag.

Van Dijk, T. 2000. El discurso como interacción social. Barcelona: Editorial Gedisa.

 

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