1936. El impacto de la guerra española en Chile
En pocos países del mundo se vivió la guerra civil española con tanta pasión y expectación como en Chile. El aprista Luis Alberto Sánchez, exiliado como muchos correligionarios suyos en Santiago, llegaría a afirmar que ninguna ciudad, "incluyendo Buenos Aires y La Habana", se había conmovido tanto ante el conflicto: "Al comienzo venció la perplejidad; en dos semanas, como si invencibles y ubicuas teas atizaran aquel tremendo incendio, la sociedad chilena, especialmente los grupos intelectuales, se dividió en dos bandos irreconciliables" (2004: 128). No es sorprendente que haya sido así. Cuando el 25 de marzo de 1936 se conformó en la sede del diario La Opinión el Frente Popular de Chile, se había hecho en gran medida a imagen y semejanza del Frente Popular que acababa de ganar las elecciones generales en España y estrenaba gobierno bajo la presidencia de Manuel Azaña. ¿Cómo no se iban a seguir, con trepidación y esperanza, tanto la evolución de ese gobierno como el estallido de violencia desencadenado, el 18 de julio de 1936, por una sublevación de militares rebeldes?
Para el gobierno de Arturo Alessandri y grandes sectores conservadores y católicos de Chile, se concentraban en la guerra española sus peores pesadillas: expropiaciones revolucionarias, el incendio de iglesias, la matanza de religiosos y una sociedad sometida -según atestaban imágenes aterradoras- al libre albedrío de las masas. Para los que anhelaban un gobierno de Frente Popular en Chile, en cambio, el levantamiento de los militares españoles era un asalto a una república hermana, a un país que sin renunciar a la democracia se atrevía -en tiempos de la expansión fascista que llevaba años extendiéndose por Europa y empezaba a asomarse en las Américas- a implantar lo que para ellos también eran reclamaciones básicas: la reforma agraria, la limitación de los poderes de la Iglesia y el Ejército, y una distribución más equilibrada de las riquezas del país.
Durante treinta y dos meses, y notoriamente durante el primer año del conflicto y a partir de entonces en momentos decisivos, la prensa chilena se explayó en noticias y reportajes sobre la guerra española y aprovechó -como no podía ser de menos en la que suele denominarse la primera guerra mediática de la historia- de fotografías tan perturbadoras como fascinantes de iglesias en llamas, momias de monjas sacadas de sus tumbas en siniestras exposiciones callejeras, milicianos improvisados dirigiéndose al frente en camiones grafiteados con eslóganes revolucionarios, milicianas armadas y jubilosas que levantaban sus puños, madres enlutadas llorando a sus hijos muertos y -lo más escalofriante- cadáveres de niños extendidos en fila sobre el suelo de las morgues de Madrid con números sobre el pecho y a la espera de parientes que los reconocieran. Para un público enardecido por estas imágenes y cada vez más sediento de noticias, los editorialistas y cronistas de cada medio se encargaban de comentar cada detalle del conflicto: Rafael Maluenda y Alberto Mackenna en El Mercurio; Joaquín Edwards Bello en el oficialista La Nación; Manuel Vega en el católico El Diario Ilustrado; Augusto D'Halmar y Emilio Rodríguez Mendoza en el diario radical La Hora; Vicente Huidobro y Pablo de Rokha en el izquierdista La Opinión; Salvador Ladrón de Guevara y Pablo Neruda en Frente Popular; Jorge González Von Marées en Trabajo, órgano del Movimiento Nacional Socialista de Chile; Manuel Antonio Garretón Walker en el semanario falangista Lircay; el viejo modernista argentino Alberto Ghiraldo en España Nueva; Jaime Eyzaguirre y Roque Esteban Scarpa en la revista mensual católica Estudios; y Marta Vergara y otras escritoras en La Mujer Nueva.1
Varios factores avivaban el interés y la pasión por todo lo que sucedía en España, entre ellos una colonia inmigrante muy movilizada y dividida entre sectores tradicionalistas y monárquicos -muchos de cuyos miembros, dedicados al comercio, achacaban el desorden imperante a la incompetencia o mala praxis del Frente Popular-, y otros favorables a la República, que encontraban amparo en la Embajada presidida por el viejo luchador Rodrigo Soriano, que no tardó en resucitar, en noviembre de 1936, el periódico republicano España Nueva que él mismo había fundado y dirigido entre 1906 y 1924. Otro factor fue el protagonismo de la embajada chilena en Madrid en la llamada "crisis de los refugiados". El embajador Aurelio Núñez Morgado, que fue uno de los fundadores del Partido Radical Socialista en 1931 pero se transformó en España en un admirador fervoroso del dirigente falangista José Antonio Primo de Rivera, resultó ser el "decano" (el de mayor antigüedad) de los diplomáticos extranjeros que permanecían en la capital española en el verano de 1936, cuando comenzó la guerra. Acogió en las dependencias de la embajada a unos 2.300 españoles que temían por su vida y lideró una defensa humanitaria de los refugiados tanto en la embajada suya como en la de otros países. Tuvieron una repercusión sostenida en la prensa chilena tanto el desafío tenaz de Núñez Morgado (y su encargado de negocios Carlos Morla Lynch) ante la indignación y las objeciones de las autoridades republicanas como las tensas negociaciones entre estas y el gobierno de Alessandri.2
A lo largo de la guerra, las visitas a Chile de personalidades españolas atrajeron la atención fascinada de un público que vivía pendiente de la guerra civil. De particular importancia fue la llegada, en octubre de 1936, de la joven filósofa María Zambrano -en compañía de su marido, recientemente nombrado secretario de la Embajada de Soriano- que dinamizó la solidaridad con España del campo intelectual del país. En los escasos siete meses que pasó en Chile, Zambrano publicó la primera edición de su importante libro Los intelectuales en el drama de España, un Romancero de la guerra española (que concluyó con un poema de Neruda) y una antología de la poesía de Lorca. Asimismo, escribió el epílogo y fue, con toda probabilidad, la catalizadora de Madre España. Homenaje de los poetas chilenos, una antología con los textos de diecinueve chilenos (entre ellos, Vicente Huidobro, Pablo de Rokha, Pablo Neruda y Rosamel del Valle) y de la uruguaya Blanca Luz Brum.3
Otras visitas -cada una de ellas festejada y deplorada con la misma energía- fueron las del dramaturgo falangista Eduardo Marquina, que en noviembre de 1936 vio su estreno chileno de En Flandes se ha puesto el sol boicoteado con el lanzamiento de bombas fétidas, y de Gregorio Marañón, que en marzo de 1937 fue celebrado por Rafael Maluenda, en El Mercurio, como ilustre científico pero al mismo tiempo repudiado como traidor a la República por Vicente Huidobro en La Opinión, y Pablo de Rokha y Lorenzo Domínguez en Frente Popular. A finales de ese año, la llegada de una "misión cultural" enviada al Cono Sur por Franco y liderada por el falangista Eugenio Montes, entusiasmó tanto a Roque Esteban Scarpa en Estudios como a Alone. De todos modos, la visita de más alto perfil tuvo lugar en los últimos meses de la guerra cuando acudió a la investidura de Pedro Aguirre Cerda, en diciembre de 1938, una delegación española conformada por el dirigente socialista Indalecio Prieto, el general Ángel Herrera y el prestigioso ensayista y embajador de la República en Buenos Aires Ángel Ossorio y Gallardo.
Habría que recordar, por último, la importancia de las noticias traídas o enviadas por chilenos que vivían o habían vivido en su propia piel la guerra de España. Se publicaron en Las Últimas Noticias veintisiete crónicas del piloto Luis Omar Page Rivera, que luchó en la aviación franquista; aparecieron en Frente Popular las cartas de Gustavo Gaete Pequeño y Miguel Álvarez Torres, voluntarios en el Ejército del Pueblo, y en La Voz de España una narración muy peculiar de otro voluntario, José Areces, que comenzó peleando con los republicanos pero harto de los desmanes en la "retaguardia roja" cambió de bando (Barchino y Cano Reyes, 2013: 51-60). La prensa conservadora publicó dos entrevistas de extremo interés: la revista Estudios reprodujo una crónica del viaje que hizo el senador Maximiano Errázuriz Valdés de Roma y Salamanca con el solo fin de entrevistarse brevemente con Franco, mientras que la novelista Letizia Repetto Baeza de Beltrán entrevistó para El Mercurio a la esposa de Franco, Carmen Polo. El diario Frente Popular, por su parte, ofreció testimonios sobre sus vivencias en la España republicana del pintor Edmundo Campos, el escultor Lorenzo Domínguez y el músico Acario Cotapos. Luis Enrique Délano, que llegó de vuelta a Santiago en diciembre de 1936 después de trabajar con Neruda en el consulado en Madrid, escribió crónicas para Er-cilla antes de publicar su libro testimonial 4 meses de guerra civil en Madrid (1937).4
Vicente Huidobro, invitado al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, adelantó su viaje para ejercer de corresponsal de guerra del diario Frente Popular. Aunque su labor periodística se limitara al final a una sola y fascinante crónica, habló largamente sobre sus cuatro meses en España en entrevistas y locuciones radiofónicas transcritas por la prensa.5 El tercero de los delegados chilenos al Congreso (junto a Huidobro y Neruda), Alberto Romero, también relató sus experiencias en entrevistas a la prensa antes de redactar una extensa crónica de su visita en el libro España está un poco mal (1938). Otro escritor testigo del conflicto sería Juvencio Valle, que llegó a España a comienzos de 1938 en representación de la recién inaugurada Alianza de Intelectuales de Chile y como corresponsal de la revista Ercilla, y al final de la guerra pasó tres meses en una cárcel franquista (Cano Reyes, 2017: 354-367).
1936. España como experiencia y lección
La guerra de España fue un hito ideológicamente decisivo para numerosos artistas, intelectuales, políticos, religiosos y militares chilenos que la vivie ron, casi siempre desde la lejanía de su país, en plena juventud. Quedaría registrada para siempre en su memoria individual y colectiva. Maurice Hal-bwachs, en La memoria colectiva, señala que "no hay memoria posible fuera de los marcos de los cuales los hombres, viviendo en sociedad, se sirven para fijar y recuperar sus recuerdos" (2011: 101). En efecto, la construcción del recuerdo está íntimamente vinculada a los espacios histórico-sociales en los que actuaron quienes rememoran, y se construye sobre la base de ciertos imaginarios colectivos sociales que conllevan una significación presente y fu tura para quien rememora en su condición individual y grupal6.
No hacía falta haber vivido en persona la guerra de España para sentirla como un hito fundacional en la vida. Las imágenes insistentes vistas en las revistas ilustradas, los noticiarios proyectados en los cines, y los testimonios leídos en la prensa o relatados por chilenos que volvían a casa irradiaban el entusiasmo y la tragedia de la guerra. Fernando Alegría, que aún no cumplía 17 años cuando comenzó la guerra civil, recordaría en Una especie de memoria que "los que partían a España regresaban llenos de vigor combativo, pidiendo a voces ayuda para las milicias de la República. Leían poemas, dictaban conferencias, organizaban colectas, nos levantaban el espíritu a nosotros que permanecíamos en la retaguardia" (1983: 132). Hablar de una "retaguardia" chilena para la República Española evidencia la intensidad con la que el conflicto se vivió desde la lejanía americana, la conciencia que existía sobre sus alcances internacionales y también el descubrimiento de que las labores de propaganda y movilización -poemas militantes, conferencias y colectas- podían constituir un modo de lucha digno, y sin duda apto, para un joven intelectual. El impacto de la guerra civil en la generación de Alegría fue decisivo: "La guerra civil española nos marcó no solo en un plano sentimental, inclinándonos hacia el batir de las banderas rojas y los orfeones populares, sino también en el modo en que debimos enfrentar la campaña política de 1938" (134). Ellos, al igual que Neruda, sintieron la llamada de una conversión no solo política sino también literaria. Así lo diría Eduardo Anguita -uno de los poetas, se diría, menos políticos de Chile, pero que también formó parte de esa antología Madre España. Homenaje de los poetas chilenos- en un ensayo sobre "La 'generación' nuestra", publicado en Santiago en febrero de 1973: fue la guerra española "el hecho que más nos emplazó a una 'poesía comprometida', a un 'arte comprometido': tal es la tónica de nuestra promoción" (2002: 36).7
Recuerdos juveniles de descubrimiento de la política, de pasión ideológica, de dolor e impotencia ante el transcurso de la guerra de España y entusiasmo ante la victoria del Frente Popular se cruzan en las memorias personales de muchos actores sociales y políticos chilenos de distintas corrientes, entre ellos Volodia Teitelboim -que tenía 20 años en 1936-, Luis Corvalán Lepe (19 años), Orlando Millas (17), Gabriel Valdés (17), Sergio Onofre Jarpa (15), Carlos Altamirano (13), y Clodomiro Almeyda (13). Todos destacarán el hito determinante, fundacional, que fue para ellos, en sus opciones de vida y caminos políticos, la lucha en España.
Así lo afirmaba Carlos Altamirano, en sus conversaciones con Gabriel Salazar:
De manera que soy un testigo -disculpa la pretensión- relativamente abonado de lo que ocurrió en ese siglo corto,8 porque yo escuché por la radio a Adolf Hitler, seguí detalladamente en los diarios la Guerra Civil Española, viví de cerca los avatares de la guerra fría y, en carne propia, el apogeo y luego el desmembramiento del mundo comunista (...). El siglo pasado fue remecido por todos esos grandes acontecimientos (...). Todo eso me ha dejado huellas profundas que han marcado mis ideas políticas, las de ayer, las de hoy, y por cierto, mi trayectoria política personal (Sala-zar, 2013: 28).
Resulta curioso ver que Altamirano se atribuya la calidad de testigo cuando no lo fue, al menos en un sentido tradicional. No viajó a la Alemania de Hitler ni a la España en guerra. La suya es, sin embargo, una experiencia arquetípica de una época marcada por el auge sin precedentes de los medios de comunicación masiva, una experiencia que permitía -por primera vez en la historia- una especie de testimonio a larga distancia de los grandes acontecimientos del mundo. Altamirano no vivió la represión de la Alemania nazi pero "escuch[ó] por la radio a Adolf Hitler"; no presenció la masacre provocada por los bombardeos, pero "[siguió] detalladamente en los diarios de la Guerra Civil Española".
El destacado político y diplomático Clodomiro Almeyda también recordará el profundo impacto que tuvo la guerra española en su vida de muchacho de liceo. Se trató de una experiencia epifánica que produce en él una transformación vital. Así queda relatado en sus memorias Reencuentro con mi vida:
A nivel internacional, el año 1936 se vio marcado por el estallido de la Guerra Civil Española. Nadie quedó indiferente ante aquellos trágicos acontecimientos. También yo tomé inmediato partido por la causa de la República, más por consideraciones afectivas que racionales. Recuerdo la impresión que me causó el poemario "España en el Corazón", de Pablo Neruda, condensado en las palabras finales de aquella estrofa: "¡Venid a ver la sangre por las calles! / ¡Venid a ver la sangre por las calles!" [sic]. Me percaté de improviso que en el breve lapso de dos años mis preferencias políticas se habían trasladado definitivamente al lado de la izquierda. Al calor de lo que ocurría en España, desde lejos pero no por ello menos intensamente, presentí lo que es la lucha de clases en su inconmensurable trascendencia, en su insondable significación (Almeyda, 1987: 27).
Luis Corvalán, emblemático líder de las causas populares, ya había dejado el colegio, militaba en el Partido Comunista y hacía hasta sus pinitos sobre poeta a favor de la República Española.9 Recordaría esos años en sus memorias De lo vivido y lo peleado:
Desde que se produjo el levantamiento de los generales facciosos, la causa de España pasó a ser motivo de lucha y nexo de unión de las fuerzas antifascistas, comprendida gran parte de la joven generación. La solidaridad del pueblo chileno con los combatientes españoles se expresaba en cada mitin del Frente Popular y de la Alianza Libertadora de la Juventud. Esta desplegó valiosas iniciativas. En la sexta comuna, por ejemplo, columnas aliancistas desfilaron varias veces por la Avenida Independencia, encabezadas por una banda de músicos, bocina en mano, varios pregoneros llamaban a que cada cual entregara algún alimento envasado para la España leal. Se realizó también una campaña de recolección de cigarrillos. Nadie, que no fuera un fascista declarado, se negaba a dar aunque fuese un par. No había acto juvenil donde alguien no recitara "Canto a las madres de los milicianos muertos" de Pablo Neruda de su libro España en el corazón"
(Corvalán, 1997: 35-36).
En esa forja ideológica y de principios se debatía la juventud de la época, una generación que se formaba políticamente en esos años treinta y décadas después, en su etapa de madurez, se transformarían en actores centrales del devenir político de Chile. Para ellos, la alianza de partidos se denominaría no Frente sino Unidad Popular, y llevaría en 1973 a la instauración de una dictadura militar que sometió el país, mediante un sistema de represión de un engranaje brutalmente eficaz, a algo muy parecido a una guerra civil no convencional.
Desde un ámbito ideológico muy distinto, el socialcristiano Gabriel Valdés reflexionó sobre el conflicto peninsular en sus Sueños y memorias:
Lamentablemente, el "peso de la noche", como llamábamos a la posición conservadora que controlaba la directiva episcopal con una visión reaccionaria (...) creándose entonces una fuerte distancia entre la jerarquía eclesiástica y la posición unánime de la juventud, particularmente en relación con el tema de la Guerra Civil Española, a finales de la década de los treinta (...). La posición oficial conservadora era partidaria de considerar esa tragedia como una Guerra Santa, en vista de que los republicanos, sobre todo en la parte norte de España, eran de izquierda y perseguían a los sacerdotes.10 Por otro lado, el franquismo era católico y obtenía un claro apoyo del fascismo y, particularmente del nazismo, el mismo que llegó a destruir el pueblo de Guernica con bombardeos de aviones. Imbuidos nosotros de una posición democrática y alentados por intelectuales franceses -particularmente por Jacques Maritain-, organizamos debates que mantuvieron nuestra posición democrática y republicana, apoyados por la inteligencia y la oratoria del sacerdote Carlos Hamilton, profesor universitario, y de otros intelectuales.11 Los debates los llevamos a la calle y adquirieron notoria vehemencia en la Alameda, al frente del diario La Opinión. No fuimos mayoría, pues gran parte de la juventud católica siguió al falangismo español e incluso adhirió al nazismo (Valdés, 2009: 63-65).
En Un muchacho del siglo XX, Volodia Teitelboim recordó la sensación de que en España se definía en cierta medida el futuro de la humanidad, que la conclusión de la guerra no fue el epílogo de una lucha ideológica nacional, sino el prólogo de una gran tragedia universal (1997: 234). Orlando Millas, futuro ministro de Estado de Allende, por su parte, recordaría en el primer tomo de sus memorias, En tiempos del Frente Popular, que "el Frente Popular de Francia y el de España nos sirvieron de experiencia y lección. De gran parte de los pueblos del mundo fueron contingentes de luchadores a dar su sangre por la democracia de España" (1993: 159).
Esa experiencia y lección se vivió, también, en sectores favorables a los militares sublevados en la Península. Sergio Onofre Jarpa, líder emblemático del conservadurismo chileno, señalaría de manera tajante, en las memorias o “confesiones políticas” de su madurez, que la guerra civil ayudó a moldear su espíritu y darse cuenta de sus afiliaciones ideológicas y políticas: “Como en España la alternativa contra los soviéticos era Franco, estuve en espíritu con Franco. Pienso que en esa época definí de qué lado estaría en situaciones similares" (2002: 36). No resulta extraño el papel relevante que desempeñara Jarpa, décadas después, en la lucha contra el gobierno popular de Allende, así como en la ruptura del sistema democrático e instalación de una dictadura muy cercana al estilo franquista.
De la República Española a la Unidad Popular, de la Guerra Civil al Golpe del '73. Neruda en el corazón del conflicto
El clima de polarización que se produjo en Chile a finales de los años treinta era un anticipo del que dio lugar a la Unidad Popular y desembocó después en el golpe cívico-militar de 1973. Una mirada histórica rigurosa muestra en verdad un bloque interpartidista e interclasista de progresistas y socialistas que siguió en pie desde 1938 a 1973, y en el que las crecientes demandas sociales se materializaron en gobiernos de izquierda influenciados fuertemente por procesos similares como el español.12
Nadie tuvo una experiencia vital tan intensa de ambos procesos -la República en España, la Unidad Popular en Chile; la guerra civil instigada por Franco, el golpe de Pinochet- como Pablo Neruda. Vivir en persona la guerra de España dotaba a cualquier testigo de un extraño prestigio, el aura de los que han sido partícipes en un acontecimiento señero de la historia. El más prestigioso e influyente de los que experimentaron en su propia carne el conflicto español fue, evidentemente, Neruda. No hace falta recordar aquí la importancia que tuvo su estancia en España, la tragedia que significaron para él el asesinato de su amigo Lorca y el bombardeo de la ciudad en que se había sentido por primera vez reconocido como poeta y feliz, y el cambio casi instantáneo que imprimió esa experiencia en su poesía. Regresó a Chile, a finales de octubre de 1937, convertido en el líder de su generación, y tardó solo dos semanas en poner en marcha la Alianza de Intelectuales de Chile, reproduciendo el modelo de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura presidida por José Bergamín, y que contaba como secretarios con el matrimonio de Rafael Alberti y María Teresa León.
Para celebrar su llegada, en la Quinta Normal, el 24 de octubre de 1937, Marta Brunet leyó un discurso de bienvenida en el que recordaba dos regresos anteriores de Neruda a Santiago: en el primero, trajo a la capital sus primeros poemas y un "corazón grande como casa campesina"; en el segundo, sus máscaras asiáticas y "el regalo de su Residencia en la tierra". En este tercer regreso, curtido por la lucha contra el fascismo en la "España ardida", traía un "acento que cada cual de nosotros ha oído y al cual todos, todos estamos dispuestos a obedecer, porque es el mandato de una verdad, dolorosa de nacer, que costará, como todo parto, sacrificio y sangre, pero que al fin sí, seguramente, ha de ser el alba de esa humanidad liberada que todos ansiamos". En nombre de los asistentes al homenaje, Brunet asintió al nuevo liderazgo del poeta:
Por todo lo que Pablo significa, estamos aquí unidos, junto al poeta enorme, al amigo de firme sentimiento, al hombre que nos indica un camino. Escritores, periodistas, compañeros. Y para él, lo mejor en este momento será decirle que su estampa, vieja en nuestra ternura, será no solo la estampa desde ahora del poeta y el amigo, sino que del hombre junto al cual nos agrupamos, firmes, conscientes, formando la barrera de ese "No han de Pasar" que al fin ha de ser la vencedora (Barchino y Cano Reyes, 2013: 166-167).
En sus memorias, Neruda recordaría de manera inequívoca que "la guerra de España, que cambió mi poesía, comenzó para mí con la desaparición de un poeta" (2002: 529), y en un apartado titulado "Elegí un camino" explicó que "aunque el carnet militante lo recibí mucho más tarde en Chile, cuando ingresé oficialmente al partido, creo haberme definido ante mí mismo como un comunista durante la guerra de España" (544). Nadie lo duda. En su estancia en España, como señaló en 1951 el primero de sus grandes críticos, el filólogo Amado Alonso, Neruda había vivido una "conversión poética" que lo libró de la "desesperada poesía, sin prójimo y sin Dios" de Residencia en la tierra y de otros textos de la época como "Las furias y las penas". Su poesía, según Alonso, "ha cambiado de la noche a la mañana radicalmente", y se trataba de una "total conversión. No conversión a Dios, sino al prójimo" (1979: 348-349).13
Si Neruda llegó a la embriagadora década de los sesenta y al nacimiento de la Unidad Popular con el bagaje de su experiencia española intacto, no fue el único. El espíritu revolucionario y las ansias de cambio de esos años miraban atrás, lógicamente, a los Frentes Populares ensayados en los años treinta, pero sobre todo al hito fundacional que fue la guerra española. La memoria de la contienda y la indignación siempre renovada por la perpetuación en el poder del dictador Francisco Franco -que se habían mantenido vivas en la poesía de Neruda- se palpaban abiertamente en la cultura chilena de los sesenta. Ahí está Violeta Parra cantando a Julián Grimau, Víctor Jara anticipándose al LP Miguel Hernández de Joan Manuel Serrat con su propia versión de "El niño yuntero", tanto él como Quilapayún versionando canciones antifranquistas de Chicho Sánchez Ferlosio como "Que la tortilla se vuelva", y sobre todo Rolando Alarcón con dos álbumes notables: Canciones de la guerra civil española de 1968 y A la resistencia española de 1969.14 De alguna manera, las vivencias de los militantes de izquierda y de muchos jóvenes chilenos de finales de esa década, y más aún con el triunfo de la Unidad Popular, se identificaban de manera más nítida, más intensa, con la experiencia de la República Española -tan cargada, en la memoria de Neruda y de otros, con esperanzas y poesía y la figura luminosa de Lorca-, que con la del propio Frente Popular chileno, que se había deshecho de manera tan desasosegante, a inicios de la Guerra Fría, con la Ley Maldita y la ilegalización del Partido Comunista.
A Neruda no se le escapaba la semejanza histórica. Él, más que nadie, debía de ver los años de la Unidad Popular en el espejo de lo que fue la República Española. Cuando se arreciaron en Chile los sabotajes y los disturbios, y aumentaron las llamadas a la violencia, lo que veía reflejado en ese espejo lo inquietó hasta la médula. Solo así se entienden los párrafos que dedicó a la amenaza de una guerra civil, cuando regresó a Santiago y apareció en olor de multitud en el Estadio Nacional, el 5 de diciembre de 1972, para recibir la bienvenida y los aplausos de su pueblo, que veían por primera vez a su flamante premio Nobel de Literatura:
Me he dado cuenta de que hay algunos chilenos que quieren arrastrarnos a un enfrentamiento, hacia una guerra civil. Y aunque no es mi propósito, en este sitio y en esta ocasión, entrar a la arena de la política, tengo el deber poético, político y patriótico, de prevenir a Chile entero de este peligro. Mi papel de escritor y de ciudadano ha sido siempre el de unir a los chilenos. Pero ahora sufro el grave dolor de verles empeñados en herirse. Las heridas de Chile, del cuerpo de Chile, harían desangrarse mi poesía. No puede ser.
Instigado por ese sentido del deber, Neruda se refirió expresamente a un "caballero político", partidario de la guerra civil, que habría dicho que "no importa que tengamos que reconstruir a Chile partiendo desde cero" -en un anticipo siniestro del borrón y cuenta nueva que no muchos meses más tarde se impondría-, pero el poeta insistió, ante el entregado público que se había reunido para verlo en el Estadio, en que "la guerra civil es cosa muy seria", y que había que hacer todo lo posible para desactivar semejantes "incitaciones fratricidas". Al decirlo, no dudó en prevenir contra las vías de violencia promovidas por sectores de la propia Unidad Popular, apelando a la necesidad de respetar la legalidad, por mucho que esta impusiera a veces "sacrificios muy graves". A fin de cuentas, así era el camino "tradicional y también revolucionario de nuestra historia, y lo seguiremos. La lucha por la justicia no tiene por qué ensangrentar nuestra bandera".
Fue entonces que Neruda apuntaló su reclamo con la memoria de sus vivencias en España, enmarcándolas con la señal de siempre del testigo de vista, fiel informante sobre la verdad de la historia -yo estuve allí, yo lo he visto, yo lo vi-:
Yo asistí a una guerra civil y fue una lucha tan cruel y dolorosa que marcó para siempre mi vida y mi poesía. ¡Más de un millón de muertos! Y la sangre salpicó las paredes de mi casa y vi caer los edificios bombardeados y vi a través de las ventanas rotas a hombres, mujeres y niños despedazados por la metralla. He visto, pues, exterminarse los hombres que nacieron para ser hermanos, los que hablaban la misma lengua y eran hijos de la misma tierra. No quiero para mi patria un destino semejante. Por eso, quiero pedir a los chilenos más cuerdos y más humanos se ayuden entre sí para poner camisa de fuerza a los locos y a los inhumanos que quieren llevarnos a una guerra civil (2002: 371).
Las advertencias de Neruda eran, a lo mejor, demasiado tardías. Al parecer, duplicando los caminos de la República Española que en la primavera de 1936 avanzaba a tropezones, entre rumores de inminentes asonadas militares, el destino de la Unidad Popular estaba ya trazado. 18 de julio de 1936, 11 de septiembre de 1973. No es casual, quizá, que unos versos de España en el corazón fuesen los protagonistas -al decir de Volodia Teitelboim-de la primera manifestación pública de repudio a la dictadura de Pinochet, durante el cortejo fúnebre que llevaba a Neruda de su casa en ruinas al Cementerio General. Tampoco es casual que las palabras del poeta, leídas con la solemnidad propia de una ceremonia religiosa ("Alguien, como un sacerdote que abre la Biblia en una misa, abrió un libro de Neruda"), se carguen de una trascendencia inaudita en las nuevas circunstancias, como si la palabra poética que denunciaba la traición de los generales fuese un nuevo evangelio para los tiempos atroces que se vivían:
En un momento no bien preciso los integrantes del cortejo comenzaron a mirar hacia los lados, detrás de los carros llenos de militares que apuntaban con sus armas. Miraban hacia las ventanas. Allí se encontraban con ojos que los escudriñaban atónitos, de hito en hito. Ya esa pupila fija era un acto de presencia y una muestra de valentía. Como lo era la agitación de un visillo que delataba a una persona que estaba contemplando el paso del cortejo. En otras ventanas de la calle Purísima o de la avenida Perú, la manifestación era más evidente: una mano que saludaba o la ondulación de un pañuelo. Otros, un pequeño ademán. Cuando empezaron a transitar por Santos Dumont hubo gente que comenzó a bajarse de los autos para engrosar el desfile. Alguien, como un sacerdote que abre la Biblia en una misa, abrió un libro de Neruda y comenzó a leer en voz alta: "Generales / traidores. / Mirad mi casa muerta, / mirad España rota... Chacales que el chacal rechazaría...". Era España en el corazón en manos del Presidente del Sindicato Quimantú (1984: 401).
Conclusiones
Para muchos de los intelectuales y políticos estudiados en este artículo a la luz de los acontecimientos de la guerra española, aquellos sucesos constituyeron recuerdos fragmentarios de un hecho histórico trascendente en el decurso de su vida. Todo memorista, al rememorar, selecciona hechos, momentos y situaciones vividas que tienen el carácter de hitos fundantes o ineludibles para su historia personal o colectiva. La guerra civil lo fue, gracias a las intensas pasiones que suscitó, al choque ideológico que encarnó y a su desenlace trágico. Por otra parte, como se ha visto, los memoristas, al revisitar los acontecimientos de 1936-1939, los vincularon ineludiblemente a lo vivido en contextos sociales similares, en los que entraron en juego los mismos intereses y el mismo conflicto de poderes políticos. La dimensión fragmentaria del recuerdo en este caso conjuga un hecho específico con la constante histórica y social de las contradicciones políticas de la historia. El memorista recuerda, pero también propone, como en el caso de Neruda, la necesidad de aprovechar la experiencia del pasado para evitar la repetición de la tragedia.
Los momentos cruciales quedan en la conciencia individual y colectiva de sus protagonistas y testigos. La experiencia de 1936 impulsó en los memoristas aquí estudiados una toma de posición ideológica y política que seguiría desplegándose a lo largo de sus vidas como actores políticos y sociales en el Chile del siglo XX.