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Acta literaria

versión On-line ISSN 0717-6848

Acta lit.  no.58 Concepción  2019

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-68482019000100169 

NOTAS

EL "POPE JULIO" Y EL POSITIVISMO: REFLEXIONES EN TORNO AL PERSONAJE PRINCIPAL DE LA NOVELA CARNE Y JACINTOS (2010) DE ANTONIO GIL

THE "POPE JULIO" AND POSITIVISM: REFLECTIONS ABOUT THE MAIN CHARACTER OF THE NOVEL CARNE Y JACINTOS (2010) BY ANTONIO GIL

Cristián Ignacio Vidal Barría1 

1Universidad de Chile, Santiago, Chile / Universidad Complutense de Madrid, España. [email protected]

No son pocos, ni excesivos, los trabajos que se ocupan de la novela Carne y jacintos (2010) del escritor chileno Antonio Gil. Entre ellos se destacan el de Antonia Viu (2011), Jorge Manzi (2013), Cristián Montes (2013) y Pilar García (2013), tres de ellos reunidos en un libro sobre la historia, la escritura y los imaginarios en la narrativa de Gil. Gran parte de la obra literaria de este novelista se constituye como un diálogo constante con la historia: particular tendencia dentro de la narrativa hispanoamericana desde las últimas décadas del siglo xx. En el caso de Gil -según ha advertido Fernando Moreno (1997) - la relectura histórica que propone en sus textos mantiene "una intencionalidad fundamentalmente poética" (120) que, además, se cruza con una escritura fragmentaria de talante experimental. Sus primeras novelas giran en torno a importantes personajes históricos: Diego de Almagro, en Hijo de mi (1992) o Alonso de Ercilla, en Mezquina Memoria (1997). Contraria a esta tendencia, inicial en Gil, Carne y jacintos, publicada en 2010, sitúa el relato a comienzos del siglo xx e instala como eje articulador de la ficción a un personaje de gran relevancia en su tiempo, pero cuyo nombre fue olvidado y no llegó a trascender: Juan José Elizalde. Este personaje, apodado el Pope Julio, vertebra las tres capas argumentales que presenta la novela: la huelga de la carne1, el escándalo de los abusos en el colegio de la congregación de Los Jacintos2 y el proyecto de una iglesia que siga los preceptos de la filosofía positivista.

Por medio de un narrador omnisciente la imagen del Pope Julio3 se irá develando desde el principio de la novela como la de un cura y poeta que para 1934, año en el que sitúa el primer capítulo de la ficción, ha sido excomulgado de la Iglesia Católica. El motivo es el desencanto que, respecto al dogma cristiano, presentaba el personaje en su juventud como sacerdote. Para Elizalde la Iglesia Católica "consideraba la ignorancia una virtud", motivo que lo lleva a alejarse de esta y a convertirse a la masonería, dentro de la cual ve una posibilidad para construir una iglesia positivista que siga la filosofía de Augusto Comte. Jorge Manzi (2013) entiende que dicha conversión resulta ser un "confuso torniquete que anuda esoterismo, retórica letrada y lírica, catolicismo y positivismo" (180). No obstante, Manzi no se detendrá en lo que ve como una confusión y analizará al personaje en relación con su iniciación en el rito masónico, estableciendo el énfasis en la forma paródica en que este acontece. Pero en estos comentarios nos interesa ver cómo el Pope Julio se instala en la novela bajo una voz narrativa que alterna con la de un narrador omnisciente, que parecer ser una alteridad del autor, y, en conjunto, despliegan un discurso crítico a partir de los hechos que son referidos en la novela y respecto al devenir histórico del país. Pilar García (2013) advierte la importancia que tiene el narrador en la obra y apunta lo siguiente:

El narrador hace converger, a través de los discursos de época y por medio de las indagaciones de un repórter, la huelga de la carne de 1905 y el abuso de niños en un colegio de padres Jacintos. El discurso de la prensa integrado en la ficción muestra, por un lado, la denuncia del discurso público frente al discurso positivista y, por otro, permite al narrador hacer una crítica indirecta al presente (18).

Como queda de manifiesto en la última parte de lo que señala García, y como se ha sugerido en los primeros párrafos, en la novela de Gil el narrador vuelve su mirada hacia el pasado bajo una visión crítica que pretende trascender el tiempo histórico en el que se sitúan los hechos narrados -que se encuentran en la memoria genética y no en la historia oficial de Chile, dirá Antonia Viu- e instalarse en el presente, en el siglo xxi, para revelar el carácter circular de la historia. Cabe señalar que los capítulos inicial y final de Carne y jacintos demuestran tal circularidad, ya que ambos se sitúan en 1934, año en el que se produce una nueva matanza en Chile, en el poblado de Ránquil. Por lo tanto, la figura de Elizalde alterna entre dos tiempos históricos: 1905, año en que presuntamente se convierte a la masonería, y 1934 , año en el que espera un perdón eclesiás tico ya cercano a la muerte.

La figura enigmática de Juan José Elizalde se desdibuja, en el ir y venir de la novela, como la de un poeta y "viejo cura excomulgado". En el año 1905 este se aleja de la Iglesia Católica e ingresa a la masonería para "proclamar desde allí lo que él define como el evangelio positivista" (15). Elizalde no pasa desapercibido y ya en el primer capítulo de la novela irrumpe como "una tromba de harapos", "un hombre que arrastra los pies", y con ello se comienza a bosquejar el lúgubre y penoso escenario que es Chile hacia el año 1934, fecha en que inicia la novela. El ex sacerdote ve lejanos los días del año 1905 en los cuales se inició en el Rito Egipcio de Misraim y ahora, cuando ya lo rodea la muerte, se encuentra en espera de un perdón eclesiástico. Sin embargo, lo que más le llama la atención al Pope Elizalde4, como lo nombraban entonces, es el olor a podredumbre que llegaba desde el sur en aquel año 1934.

Cristián Montes (2013), en un trabajo sobre la violencia en Carne y jacintos, afirma que el motivo de Elizalde para entrar a la masonería se debe a que "considera que allí será factible concretar su utopía: hacer coincidir el cristianismo con los principios del positivismo" (211), lo que no habría podido lograr desde las castas del catolicismo. Tal fundamento se puede complementar con las palabras que enuncia el narrador respecto a lo que piensa el Pope Julio al ingresar a la orden masónica: "ya esto de la masonería egipcia le resultaba algo harto risible, pero políticamente fundamental para el logro de su gran objetivo" (156). Si bien el apartado que le dedica Montes en su trabajo a la figura del Pope Julio, en particular, es escueto y se enfoca principalmente en el rito masónico, resulta relevante lo que advierte respecto a la utopía que persigue Elizalde, la que se complementa y se vuelve elocuente con las citas del narrador sobre los verdaderos intereses que guarda la conversión de Elizalde. A este, en realidad, no le interesaban los ritos de la masonería ni alejarse "de las promesas de sabiduría e iluminación" que la orden podía ofrecerle. Por consiguiente, no tenía problemas con "venderle el alma a los masones del rito egipcio, a los glotones demócratas y al mismísimo Belcebú" (157) -añadirá el narrador. Lo que en realidad buscaba el ex sacerdote en su iniciación en la orden era: "no cesar de combatir por la verdad, por la justicia y por la libertad del pensamiento, de la palabra y la conciencia, contra el error, la iniquidad, el fanatismo y la intolerancia, recobrando cada vez más vigor para entrar en la lid con más empeño" (107).

Más allá de evidenciar los interéses del Pope Julio por ingresar a la orden masónica, lo que nos ocupa en estas hojas es la trascendencia histórica que dicha conversión guarda. El caso del colegio Los Jacintos es el hecho que desencadena el alejamiento de Elizalde de los dogmas católicos y su inclusión en la institución de la escuadra y el compás. Ello queda revelado en voz de uno de los personajes que lo inicia en la orden, Brumario Valencia, cuyo anhelo es que el ex sacerdote, "el cura renegado", se haga cargo de ellos, de los abusadores, desenmascarando "a esos roñosos culiadores de niños" (89). Por otro lado, la voz narrativa nos señala que es el propio Elizalde quien manifiesta su repulsión hacia los abusos:

Fue entonces que se le agolparon en la cabeza las historias de los curas jacintos y de otras congregaciones y una náusea lo hizo doblarse en dos, poniendo la mano en su boca para evitar vomitar sobre el azufre y el mercurio iniciático. Una náusea metafísica. Un asco cósmico se apoderó de su cuerpo al imaginar a esos, sus hermanos en Cristo, acariciando lúbricamente a niños pequeños entregados a su cuidado (97).

En una breve reflexión, es posible advertir que la utopía en la que descansa la conversión de Juan José Elizalde no parece ser una empresa descabellada sino al contrario. A partir de un hecho deleznable, como lo fue el del colegio de Los Jacintos, el Pope Julio busca convertirse a la masonería y desde allí proclamar un evangelio de igualdad y justicia para que tales acontecimientos, sea el abuso de niño o la matanza de trabajadores, no siga ocurriendo y para ello encuentra un hálito de luz en el pensamiento comtiano.

Los preceptos positivistas emergen en la novela en la voz narrativa de Brumario Valencia (personaje que inicia a Elizalde en la orden masónica). Los tres estadios teóricos que propone el filósofo Augusto Comte son enunciados en la lectura que hace Valencia durante el rito: el estadio teológico, el metafísico y el científico o positivo. Estos periodos -advierte Teodosio Fernández (1998)- pueden identificarse con tres momentos en la historia de algunos países hispanoamericanos: "una etapa colonial, correspondiente al estado religioso", el periodo de independencia con el "estado metafísico" y la fase "de las ideas liberales utópicas", correspondiente al periodo "positivo que es caracterizado por el orden y el progreso" (16). En Carne y jacintos se señala que el primer estadio "es un punto de partida necesario para la inteligencia humana; el tercero es su estadio fijo y definitivo; el segundo es simplemente una etapa de transición" (66). Dicho de otro modo, en la novela de Gil se deja atrás el estadio religioso y metafísico, correspondiente al periodo colonial y de independencia, y se propone la instauración de una sociedad "positiva", a principios del siglo xx, cuyo eje articulador esté determinado por "el orden y el progreso" como estadio definitivo.

Quienes portaban tales ideas positivistas eran los hermanos Lagarrigue, Jorge y Juan Enrique. Fueron ellos los que -en palabras del narrador- "metieron al cura en el pantano del que ya no podría salir" (la cursiva es nuestra) (94). No obstante, en algún lugar de la novela, el Pope Julio dirá que el fallecimiento por tifus de su amada Adelaida Verdugo fue lo que en realidad "lo hermanó un mal día con Augusto Comte" (la cursiva es nuestra) (127). Se puede advertir, a través de las frases destacadas, que el narrador va adelantando el (mal) destino que tendrá Julio Elizalde y su proyecto positivista en la novela. Sin embargo, el anhelo del ex sacerdote se presenta, en un primer momento, como una opción plausible y necesaria en la sociedad chilena a comienzos del siglo xx. Por ello, tal como Comte hace del positivismo una religión a raíz de la muerte de su amada y se "autoproclama su Sumo Sacerdote", Elizalde, al igual que Comte y por la muerte de Adelaida Verdugo, quiere crear la Iglesia Nacional de Chile, "basada en una interpretación positivista de los Evangelios", y ser de ella el Sumo Sacerdote. En otras palabras, ser la voz de Comte en el Chile de 1905. Sin duda la muerte de Adelaida por tifus funciona en la novela como el símbolo de un pueblo enfermo. De ese modo, el ex sacerdote ve la necesidad de atender, tal como lo hiciera con Adelaida, las desigualdades y las injusticias de un país en construcción y para ello propone una reforma en la iglesia o bien algún "remedio" que solo podía provenir de "un régimen de orden y progreso" dentro del tercer estadio de la filosofía comtiana (Fernández, Millares y Becerra, 1995).

Las ideas positivistas, sin embargo, comenzaron a difundirse en Chile algunos años antes de que fueran proclamadas por el Pope Julio. Estas ingresaron con los hermanos Lagarrigue, en 1872, quienes entablaron relación con la Academia de Bellas Artes, formando lo que en Carne y jacintos se denomina "Círculo Positivista". En este grupo se integraron intelectuales de la época: Lastarria, Valentín Letelier, Diego Barros Arana y Miguel Luis Amunátegui. Luego, en 1883, se fundó la Iglesia Positivista de Chile. La fundación de la iglesia positivista separó el círculo y por un lado quedó el positivismo conservador, encabezado por los hermanos Lagarrigue, y "por el otro lado quedó el de pensamiento liberal, de cuño lastarriano y más cercano al pensamiento de Littré y de Spencer, sostenido por Letelier" (en Memoria Chilena). En este deslinde de ideas positivistas cabe preguntarse en qué lado se sitúa el protagonista de la novela, entendiendo que el positi vismo de comienzos de siglo xx queda supeditado al conservadurismo religioso y al liberalismo intelectual: "Julio se quedó simplemente con Comte" -señala el narrador- pues para este se hacía necesario abordar los problemas económicos y sociales, los cuales no eran, en ningún caso, opuestos a las enseñanzas de Dios ni a las ideas liberales de la nación.

Elizalde, entre medio de un positivismo liberal y conservador que signa la época y el proyecto de nación, sigue su propio camino intentando renovar la iglesia cristiana o sanarla de su enfermedad, la pedofilia y la miseria, a través de "los regímenes de orden y progreso". Se aleja del estadio teológico e instaura su utopía desde las bases "positivas" del progreso. Él mismo anhela ser un hombre práctico y "formar hombres prácticos": "poner fin a la teología y la metafísica. [...] proclamar la verdad, aunque eso significase desvelar la podredumbre y la miseria" (Fernández et al., 1995: 79). La lectura y pretensiones de Elizalde son reafirmadas durante la novela por medio de una intención paródica que deviene en crítica: "¿Por qué no prohibir también todas esas patrañas de la teología, si son a fin de cuentas las mismas pamplinas?, se preguntó el cura sorbiendo un trago de horchata" (156). Al Pope Julio en realidad le interesaban los verdaderos problemas de la miseria de los que la iglesia solo demostraba interés a través de prédicas y no de acciones. Conforme a ello inicia, en 1903, una crítica contra la iglesia y los ricos "reivindicando la imagen del Cristo Pobre" (160). Para 1905, año que articula la ficción de Gil, es suspendido del sacerdocio por el Arzobispo de Santiago, posterior a ello deja la iglesia:

Desde hacía largo tiempo, se esmeraba el cura en una prédica tan novedosa como estrambótica para esos años, en las que interpretaba los evangelios, misterios y sacramentos de la Iglesia en un sentido popular. Sostenía que la adoración de los santos debía entenderse como amor a la Humanidad, especialmente a las clases humildes que no recibían la debida protección del clero y de la grey aristocrática (160).

En resumen, el proyecto de Elizalde es pasar del discurso abstracto de un iglesia que, en palabras de Cristián Montes, "se basa solo en valores utilitarios vinculados a las clases acomodadas" (211), a un estadio concreto, positivo y definitivo. Una iglesia que en efecto, y no solo en el discurso, atienda los requerimientos de una sociedad desigual en donde abundan los abusos de toda índole, y que en la novela se reflejan, de modo elocuente, en la pedofilia. Dicha situación para Elizalde pasaba, y pasa, por una "cuestión de poder", pues, como enunciará el Pope Julio, "la casta religiosa ofrecía precisamente esta protección para el potencial pedófilo".

Pese a todos los esfuerzos de Elizalde, el camino que emprendió no estuvo exento de dificultades y de ello da cuenta la novela. La iglesia católica no vio con buenos ojos las prédicas del ex sacerdote que se había convertido en un personaje de gran relevancia no solo en Chile sino que en otros países de Sudamérica; importancia que le había significado que lo apoden como "Pope" al igual que el sacerdote ruso "Pope Gapón". Elizalde recorre distintas ciudades convocando masas de trabajadores que quieren escuchar su discurso. No obstante, "el primer mal rato lo pasó el cura en Quillota" (114) -nos dirá el narrador. Es de imaginar que el año 1905 se plantea, en el caso de Elizalde, como el inicio de su peregrinación activista. Lo acontecido en Quillota, seguramente algunos años más tarde, es recuperado por Luis Sánchez Latorre en Memorabilia, donde el autor indica que Luis Enrique Délano, escritor chileno nacido en 1907, presenció durante su juventud este particular acontecimiento:

En Quillota, donde discurrió su niñez, Luis Enrique Délano tuvo ocasión de oír al Pope Julio. [...] cura renegado que, después de colgar la sotana, se dedicó a recorrer Chile dando conferencias contra la iglesia y sus representantes, decidió hablar al pueblo de Quillota en Plaza de Armas, frente a la casa parroquial. El cura, Don Rubén Castro, recuerda Délano, echó al vuelo las campanas de la iglesia para impedir que la voz del Pope Julio fuera escuchada (Sánchez Latorre, 2000: 158).

Pese a lo que se señala en la cita, también recuperado en Carne y jacintos, el "cura renegado" no finaliza sus "prédicas en alejandrino francés del Cristo Nuevo", ya que sus ideas habían conseguido un público receptor que se veía favorecido: "artesanos, anarquistas, dueñas de casa hartas de sus maridos, [...] revolucionarios de cantina, hasta liberales rojos, yerba teros, zapateros, saintsimonistas y toda laya de descontentos, come curas, curiosos e iluminados de aldea" (116). Tal parece que el ideario de Elizalde, al alero de su lectura de las ideas comtianas, era una cruzada noble y concreta, conforme a las demandas de un país que recién cumpliría cien años de independencia.

Sin embargo, los ataques eclesiásticos continuaron. "Una extraña fata lidad seguiría al cura donde quiera que fuese. Un sortilegio que la Iglesia magnificaba y no se cansaba de calificar de castigo divino" (116). El castigo divino al que se hace referencia en la novela no son más que ataques constantes hacia Elizalde y no solo en Chile, pues, como ya mencionamos, su "evangelio positivista" había traspasado las fronteras. Escribe un periódico paraguayo, en el año 2003, refiriéndose a Elizalde:

Sus alocuciones en la capital chilena se convirtieron en sucesos apoteósicos hasta que, en marzo de 1905, manos negras afines al clero chileno debilitaron las estructuras del teatro donde estaba hablando, desplomándose parte del edificio con un catastrófico y sangriento saldo. (Periódico ABC, 2003).

En este episodio encuentra la muerte una conocida anarquista chilena, María del Tránsito Caballero. La fatalidad, como vemos, se volverá constante y en la visita a Paraguay, en el año 1913, sufre dos atentados cuyos autores eran personas que habían sido contratadas por los párrocos de la ciudad en la que dictaría sus conferencias: "[el 14 de abril] se armó una balacera entre seguidores suyos y un grupo exaltado de las Juventudes Católicas" (116). Finalmente, la "justicia divina" llegó por parte de la iglesia con una actitud defensiva y temerosa frente a Elizalde. Esta veía "en la instauración de la nueva mentalidad una amenaza para las creencias religiosas, apenas cuestionadas hasta la irrupción del positivismo" (Fernández et al., 1995: 80).

Finalmente, el año 1934, en el que inicia la novela, se presenta como un escenario lúgubre, rodeado de pobreza y podredumbre. El narrador, con un evidente tono pesimista, solo se pregunta si acaso "hay una vida antes de la muerte" y al mismo tiempo Juan José Elizalde esgrime que "nada ha cambiado un ápice" y con ello se refiere a la nueva matanza de trabajadores que ocurre ese año en el poblado de Ránquil. Este primer capítulo de la novela es sugerente respecto al destino de Elizalde y de su proyecto. No obstante, solo el discurrir de las páginas y algunos comentarios del narrador develarán los motivos del infausto devenir del proyecto y la causa que abrazó el Pope Julio.

Él quiso amalgamarlo todo en un pensamiento unificado, y le ocurrió lo que le sucede a la mayoría de los locos y los valientes: falló. La Historia lo ha borrado. Es como si nunca hubiera existido. [...] Valga como prólogo este aparte que hace el autor, quien siempre será solo un personaje más de la narración. Tras pedir mil disculpas por mi intempestiva intromisión, los abandono (100).

Loco y valiente, el ex sacerdote ve concluido su camino quijotesco en 1934. De la historia de Julio Elizalde poco se sabe. Hacia 1935 comienza a circular un libro cuyo tema y título será Últimos momentos de D. Juan José Elizalde. Este texto tiene por objetivo dar cuenta del verdadero arrepentimiento del ex sacerdote por haber renegado del catolicismo. En sus páginas encontramos declaraciones de personas que han sido citadas a su lecho de muerte en calidad de testigos que puedan corroborar el arrepentimiento genuino del "renegado sacerdote". En Carne y jacintos se reafirma tal arrepentimiento desde el primer capítulo, donde Elizalde escribe a la curia "rogando por un perdón", el que nunca llegó. Por su parte, el proyecto de Antonio Gil, por construir una novela uniendo distintos acontecimientos que revelen el sentido profundo de una época, busca subsanar la obliteración histórica del personaje al que le hemos dedicado este análisis, pues, como se afirma en la novela, "la historia lo ha borrado", "es como si nunca hubiera existido". "Pero este bisnieto de Martínez", nos dirá el narrador como autorreferencia, "se empeñará en destilar letra a letra, el espíritu de esa vieja aventura y la de aquellos años hundidos, falseados, pasteurizados por los convencionalismos y la cobardía" (100). Años en que Elizalde ve cómo fenece su proyecto, se aleja la utopía y al mismo tiempo observa, ya en 1934, como todo sigue igual, "bajo un cielo de mortaja", "la misma mortaja que ciega y amordaza a Chile" en el siglo xxi (223).

Referencias

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1Esta línea argumental nos habla de los hechos que remecieron a Chile el 22 de octubre del año 1905, en los que una gran cantidad de ciudadanos marcharon por las calles de Santiago pidiendo que se regulara el impuesto a la carne que para entonces había sufrido un considerable aumento y, por lo tanto, ya no era accesible para la población. Este "mitin" terminó en desórdenes por parte de los huelguistas y la posterior matanza de cientos de personas a manos de la policía chilena.

2La segunda línea argumental tiene que ver con los hechos ocurridos en el colegio católico "Los Jacintos", en enero de 1905; lugar donde algunos niños fueron abusados por profesores que formaban parte de la congregación. El narrador de la novela, en varios momentos, menciona estos hechos, pero será el personaje Justo Bravo, quien trabaja como "reporter" en el periódico La Ley, el que profundizará, por medio de una investigación, en este escándalo que culminó con el cierre de gran parte de los colegios administrados por la iglesia católica.

3El "Pope Julio" es el apodo que, según se consigna en los documentos históricos y en la prensa de la época, recibía el sacerdote Juan José Julio y Elizalde del cual Antonio Gil ha conservado parte del nombre real para el personaje de su novela.

4El apodo de "Pope", según lo indica el narrador en uno de los capítulos de la novela, había sido tomado de un sacerdote ruso, líder en las manifestaciones populares obreras a comienzos del siglo xx en San Petersburgo; Gil lo menciona en los siguientes términos: "en San Petersburgo, una marcha que solicitaba mejoras laborales fue 'repelida por la guardia de cosacos', y al frente de esta marcha iba un sacerdote, el Pope Gapón: un líder de las clases obreras".

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